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¿Atreverse a desafiar el orden patriarcal histórico?

Versión extensa de una clase de Filosofía del Derecho

Por Héctor Rodríguez Espinoza

—¿Es importante el tema de la Mujer, doctor? —me pregunta mi discípula Syomara Graciela Tiznado Quihuis, vocera del grupo.

—Claro. Mira: pertenece a las dos dimensiones de la existencia humana: a la naturaleza y a la sociedad. Ciencias y Filosofías que se ocupan de estudiarlas lo han hecho desde sus particulares enfoques —en su diferencia genérica del hombre—, de cuyo análisis y crítica ha resultado un rico y heterogéneo subproducto educativo y cultural con su autonomía conceptual, amén de constituir una catapulta ideológica y ética, para una lucha milenaria por su reivindicación y conquista de su propio espacio en la sociedad internacional.

—¿Y si empezáramos por su significado?

—Buena observación lógica, nos diría Aristóteles. La palabra mujer (del latín mulierem) significa hembra, persona del sexo femenino de la especie humana; esposa, hembra dotada de las cualidades que caracterizan la madurez síquica.

—¿Y lo femenino?

—Femenino es lo propio de la mujer, individuo apto para producir células fecundables y con frecuencia para abrigar el desarrollo del producto de la fecundación (huevo fecundado, semilla).

—¿Y hembra?

—Hembra, del latín fenimam, seres vivos que tienen los órganos de reproducción femeninos. En la tecnología, es la pieza que tiene un hueco o agujero en el que se introduce y encaja otro llamado macho.

 —¿De ahí viene entonces la fecundación?

—Fecundación es la unión de dos células sexuales, masculina y femenina (gametos), cada una contienen cromosomas, de la cual se origina el huevo o cigoto, cuyo desarrollo da lugar a un nuevo individuo.

—¿Y macho?

—Macho, del latín musculum, seres vivos que tienen los órganos de reproducción masculinos.

—Entrando en materia, maestro, ¿cuál ha sido su visibilidad, si la ha habido?

Ana María Portugal, en Revista Isis Internacional, difunde el Ensayo Las olvidadas del milenio. Herejes, sabias, visionarias, nos ilustra:

“A través de los siglos las mujeres han sido nombradas desde la ambigüedad, la sospecha y el mito. Miradas de soslayo, atrapadas en el lenguaje de la mistificación y la afrenta. Han quedado al margen de la historia oficial. Es cierto que en el devenir del tiempo han empezado a salir de las sombras gracias a la labor de rescate de historiadoras y antropólogas feministas, y al protagonismo de sus movimientos”.

—¿Y ya han triunfado?

—“Seguimos observando —dice— que en el umbral del siglo XXI no existe ninguna voluntad de rectificación frente a este ocultamiento. Son los medios de comunicación, en especial, los que mantienen una especie de ley del silencio en sus informes cronológicos, reportajes y comentarios sobre los sucesos más relevantes del milenio, donde ellas, cuando aparecen, quedan difuminadas y/o reducidas a simples caricaturas”.

—¿Tanto así?

—Es que pese a ello —explica—, en mil años de historia de la humanidad, las huellas que han dejado se nos aparecen de manera abrumadora. Esto es lo que pudieron constatar durante la tarea de búsqueda y recopilación que hicieron, utilizando como fuente principal su Centro de Información y Documentación.

—¿Y su resultado?

—Es la cronología que nos presentan, contextualizada con hechos históricos conocidos. Hacen hincapié en que este recorrido, más que recordar a las heroínas clásicas, estuvo centrado en rescatar la presencia, actuación y pensamiento de aquellas escasamente recordadas o nunca nombradas por la historiografía oficial, precisamente porque en diversas épocas se atrevieron a cuestionar el orden patriarcal; que hablaron por sí mismas, que estando destinadas a vegetar y/o morir en la ignorancia, rompieron barreras y se calificaron de eruditas y creadoras. También fueron osadas pioneras que abrieron el camino para las nuevas generaciones de mujeres. Muchas de ellas buscaron representación a partir de otras en la complicidad y el affidamento. Son las herejes, las sabias, las visionarias…

—¿Tienen esperanzas?

—Sí. De que en el milenio que empieza, se geste una nueva conciencia en las generaciones de mujeres y hombres que tendrán la tarea de hacer posible una civilización integradora y humanista, donde la mitad del género humano no siga siendo invisible”.

—Y usted, ¿qué piensa?

Sócrates.

—Que es dable confirmar la injusta ausencia de la mujer en la selecta lista de protagonistas de la Historia. Déjenme citarles a Fina Oriol (Gigantes de la Filosofía, Ed. Bruguera, S.A., 1978). Refiere que la mujer ocupaba en Grecia un lugar totalmente secundario. En modo alguno intervenía en la vida pública ni asistía a las reuniones de los hombres. Se hallaba relegada a un segundo plano, entre el hombre libre y el esclavo. Sócrates solía repetir que estaba agradecido a la fortuna por ser hombre y no animal, por ser varón y no mujer, y por ser griego y no bárbaro. Es decir, a un lado lo positivo —hombre varón y griego—, y al otro lo negativo —animal, mujer y bárbaro—. Según esto, parece que era preferible ser varón bárbaro que mujer griega, lo que en boca de un ateniense es muy significativo. Esta posición explica que la cultura de las mujeres fuera muy rudimentaria, prácticamente nula. La esposa de Sócrates, Jantipa, no es en esto una excepción. Nos es presentada como una mujer vulgar y de reacciones primarias; mucho más joven que Sócrates. Era frecuente que ella interrumpiera las reuniones del maestro con sus amigos o discípulos y que le increpara a gritos, y aun que le zarandeara cogiéndole por el manto.

—Pa´ su mecha, …¿y él qué hacía?

—Como hasta tal punto se repetían estas situaciones, que alguien se atrevió a preguntarle cómo aguantaba tales gritos. Sócrates se limitó a contestar: “Me he acostumbrado a sus gritos lo mismo que al ruido continuo de la polea del pozo; del mismo modo que tú aguantas el graznido de tus gansos”. “Pero mis gansos me dan huevos y crías”, contestó el interpelante. “Y a mí, Jantipa me da hijos”, dijo Sócrates.

—¿Y cómo lo juzga Fina Oriol?

—Fina acepta que a nadie puede pasar inadvertida la ternura que encierra esta respuesta, en el sentido de que a ella se le podía perdonar todo, hasta sus malas maneras, porque le había dado tres hijos. Pese a estas airadas manifestaciones de furor, ella sentía también un acentuado cariño hacia su esposo.

—Y pasadas estas escenas de gritos e increpaciones, ¿qué ocurría?

—Jantipa acostumbraba a reaccionar arrojándose llorando a los brazos de su marido. Es conocida la expresión de Sócrates: “Cuando Jantipa truena, termina siempre por llover”.

—Y la postura adoptada por Sócrates ante el carácter de su mujer, ¿era de una total pasividad?

—No. En cierta ocasión se sobrepasó en sus manifestaciones de mal genio, y entrando en la habitación en que se encontraba Sócrates con uno de sus discípulos, le insultó y acabó volcando la mesa. El discípulo se marchó espantado. Entonces el maestro se limitó a hacer a su esposa esta consideración: “Tú no habrías aguantado esto ni a una de tus gallinas que hubiera entrado revoloteando. Yo, ya ves, no me enfado”.

—¿Y cuándo Jantipa vuelve a aparecer en escena?

—El día en que Sócrates iba a morir. Ante sus llantos y exclamaciones de dolor, la hace salir para poder charlar tranquilamente con sus amigos. Unos momentos antes de que beba la cicuta, vuelven a entrar su mujer y sus hijos, uno de ellos todavía en brazos de ella, repitiéndose la misma escena de incontrolado griterío.

Existe también una tradición relacionada con una supuesta bigamia de Sócrates. Al nombre de Jantipa, Aristóteles unirá posteriormente el de una tal Mirto. Aunque en Grecia no existía todavía la institución matrimonial en el sentido de unidad e indisolubilidad que tiene actualmente, reduciéndose a lo más primario de esta institución, no parece probable la existencia de esta Mirto en la vida de Sócrates. Pertenece más a la fantasía y leyenda posterior, que a la realidad de los hechos.

—¿Y qué opina de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer?

—¡Uy! Nos llevaría no una clase, sino todo un seminario de estudios sobre la mujer.

—Se terminó la hora, profesor, no nos discrimine, ¿qué resumen nos haría? —interviene el varón Juan Manuel Alejandro García Mendoza.

—Podemos concluir que Sócrates fue un hombre austero, de moderadas costumbres, fuerte y valeroso. No buscaba ni la riqueza ni una elevada posición social, valorando por encima de todo la amistad. En ningún momento quiso destacar entre sus conciudadanos, rehuyendo siempre el pasar por un hombre raro. Fiel cumplidor de las leyes de la ciudad y respetuoso con sus dioses. No rechazaba ni menospreciaba las ideas de nadie, pues en toda ideología encontraba algo aprovechable para la búsqueda de la verdad. Esta moderación y ecuanimidad sería lo que, a la larga, le atraería la envidia y animadversión de algunos destacados atenienses y le precipitaría hacia su trágico fin. Pero más que nada y antes que nada, Sócrates fue un gran conversador, un infatigable buscador de la verdad y la justicia y un apasionado educador. ¡Ah!, no dejen de mirar la película Sócrates, de Roberto Rossellini, realizada en 1970 para la televisión italiana. Producida por la RAI como parte de la serie «Los grandes de la Historia», incluyó la biografía de Agustín de Hipona, Pascal y Descartes. Muestra las ideas de Sócrates, el juicio y su condena a muerte desde un guion escrito a base de fragmentos de distintos diálogos, en especial La Apología y El Critón. Dura 120 minutos, puede observarse el contexto histórico del filósofo, algunos de sus diálogos, sus ideas y los últimos días de su vida, en mi canal de youtube: https://www.youtube.com/user/hectorrdz11/videos