Dardos

Dardos | Huele a descomposición social

Por Gabriel Rigo Gutiérrez

El secuestro y asesinato de Fátima en un barrio de la delegación Xochimilco en la Ciudad de México, nos deja a todos con una sensación de rabia, impotencia y miedo, miedo porque hay miles de Fátimas en hogares mexicanos. Infantes que, sin más, saliendo de sus escuelas pueden ser secuestrados. ¡Con qué facilidad alguien puede arrebatar una vida inocente! ¿En qué nos convertimos?

Fátima tenía siete añitos. El martes 11 de febrero al salir del colegio desapareció. Activaron la “Alerta Amber” para dar con su paradero y fue hasta el sábado 15 cuando encontraron su cuerpecito desnudo con señales de tortura. Al siguiente día los familiares la identificaron… Imaginan qué terrible dolor debieron haber sentido en ese momento…

Solo la presión social sobre el Gobierno de la Cdmx fue capaz de mover la pesada maquinaria burocrática para que las autoridades localizaran a los presuntos responsables: Un hombre identificado como Alberto y una mujer, Giovana, quienes habrían convivido con la familia de la niña. ¿Pero cómo puede ser capaz alguien de tal atrocidad?

La Fiscalía dio con el domicilio donde los señalados tuvieron a Fátima. Ahí encontraron su ropita y cinchos ensangrentados… Mientras tanto, los familiares le daban sepultura al cuerpo de la niña, sumidos en la impotencia.

Finalmente el miércoles atraparon a los presuntos responsables de la violación y muerte de Fátima. Estaban escondidos en una guarida en el Ejido Tlazala en Edomex. ¿Después de tal brutalidad qué estarían pensando?

Cuando uno observa los sanguinarios hechos se topa con todo tipo de acusaciones: contra la policía, por no actuar a tiempo (y quizá tengan razón); o señalar la falta de vigilancia en la zona escolar (y también puede tener razón); o increpar al Presidente López Obrador, porque su estrategia “fuchi-guacala” no asusta a los criminales (y ahí también tendrían razón)… Y así nos podríamos ir señalando culpables, pero al tiempo nos daríamos cuenta que todos somos cómplices de esto que le está pasando al país.

El egoísmo y relativismo en el que ha caído la sociedad moderna nos empujó a borrar la delgada línea entre el bien y el mal. Y una comunidad que no reconoce esto, puede tener policías corruptos, depravados sociales, políticos ladrones, jueces insensibles… Y todo se normaliza porque perdemos el horizonte del bien común. Estamos “felices” mientras no nos tumben del estatus de confort… Por eso cuando surgen casos como el de Fátima, abrimos los ojos y vemos la podredumbre donde estamos parados. Nadie se ha preguntado ¿qué pasó al interior de las familias mexicanas si éramos referente de unidad, valores, alegría, fe…? Bueno, es el salvajismo. Ahora solo queda tratar de enmendar el camino y regresar a lo básico: educación desde la familia, aunque lleve décadas.