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El “Güero” y la música

Armando Benard, deja un impresionante legado y ejemplo de tenacidad empresarial con Hotel Kino.

En memoria de Armando “Güero” Benard Noriega (1935-2020)  

Por Franco Becerra B. y G.

Jorge Luis Borges, el enorme intelectual argentino, decía que el paraíso es lo más parecido a una buena biblioteca. Yo afirmo que lo más parecido a una sucursal del paraíso es una buena fonoteca. Armando Benard Noriega ha creado un recinto donde congrega a lo más excelso de las voces y sonidos musicales del siglo XX. Es un espacio mágico, una burbuja en medio de Hermosillo, donde el recuerdo se instala, donde el sentimiento se transparenta. Inmejorable compañía, muebles cómodos, excelente aparato de sonido, estupendas bocinas, un disco de don Pedro Vargas cantando “Alma mía” y… ¿qué más podrían pedir los sentidos?, bueno, sí, convengamos que falta algo: una copita de tequila reposado, bebida que el “Güero” invita y bebe con moderación, a menos que el ambiente dicte otra cosa.

Armando, con la serenidad del coleccionista ha formado con los años una fonoteca donde se encuentran cilindros de cera, rollos de pianola, discos de 78 y 33 RPM, así como una legión de discos compactos, todos ellos formaditos, esperando ser de los elegidos para salir a retozar. En su espacio se congregan también varios gramófonos, una rarísima caja de música y una pianola. Nada, pero nada se compara con la prodigiosa experiencia de escuchar un disco con su sonido original, así como lo escucharon nuestros abuelos: en un pasado que regresa para instalarse en el presente.

Una velada inolvidable

En la fonoteca de Armando se encuentran las grabaciones originales que el tenor Alfonso Ortiz Tirado, grabó en Buenos Aires acompañado por la Orquesta Radio Splendid, en una más de sus exitosas giras al cono sur. Grabaciones que en una velada inolvidable en casa de los Benard, fueron una agradable sorpresa para los tres hijos del famoso médico ortopedista: Alfonso, María Luisa y Carlos. Un coleccionista orgulloso se solaza en mostrar el objeto recolectado. Aquella noche, como un sacerdote en el acto litúrgico, Armando sacó una aguja de una cajita metálica, con precisión de cirujano la insertó en el brazo, le dio vuelta una y otra vez a la manivela: raca, raca, raca, desenfundó un disco y cuidadosamente dejó caer el brazo sobre la superficie azabache. Del gramófono brotó como manantial la voz del Dr. Ortiz Tirado interpretando el himno de Yucatán: “Caminante del Mayab”. El sonido monaural y el “scratch”, le conferían a la grabación el mágico encanto de los años treinta.

Al finalizar el tema, el arquitecto Alfonso Ortiz Avilés le dio un abrazo fraternal al “Güero” Benard. No hubo necesidad de palabras: todo estaba dicho, un grupo de románticos nos reuníamos alrededor de la sensibilidad del más grande tenor que ha dado México. Testigos de aquella noche con los Benard fuimos el Arquitecto Oscar “Schappo” Romo, su colega, Enrique Flores López, el musicólogo Mario Arturo Ramos, los hijos de Ortiz Tirado, Armando Benard Jiménez y su esposa Rosa María, mi esposa Mayela Rodríguez Núñez y el que esto teclea.

Un legado musical

Don Ramón Corral Canalizo, con su amigo Güero Benard.

El “Schappo” Romo, gran coleccionista de música, asegura apoyándose con gestos descriptivos: “Yo soy del mambo para acá y el “Güero”, del mambo… para allá”. En ocasiones especiales Armando Benard saca a relucir una joya grabada originalmente en cilindro de cera: el discurso de despedida de Porfirio Díaz momentos antes de partir rumbo al exilio en el vapor alemán Ypiranga. Permítame recrear esta escena de la historia: una multitud de veracruzanos escuchaban conmovidos la voz quebrada de un hombre de 81 años: “Guardo este recuerdo en lo más íntimo de mi corazón y no se apartará de él mientras viva…”. Carmelita Romero Rubio de Díaz agitaba un pañuelo y una lágrima humedecía su mejilla. En el muelle un aristócrata de levita y chistera impostaba la voz: “México jamás será el mismo sin don Porfirio”. El buque se perdía en el horizonte el 31 de mayo de 1911: atrás quedaba un país que ensayaba sus primeros pasos por la democracia. Don Porfirio nunca regresó, sus restos descansan en el panteón parisino de Montparnasse al lado de Baudelaire. Mi padre, el maestro e historiador Francisco Becerra Maciel me decía que “Quien llega a tiempo a una cita es puntual, pero quien se despide a tiempo es elegante”. Porfirio Díaz arribó a tiempo al poder, pero se retiró tarde… muy tarde, forzado por una situación política insostenible. Porfirio Díaz se desfasó, no comprendió que México había cambiado y le llegó la factura.

Era tal su soberbia que calificó como lunático a quien le envió una carta el 2 de febrero de 1909: “Don Porfirio: ¿Será necesario que continúe el régimen de poder absoluto… o será más conveniente que se implemente el régimen democrático? Me he dedicado a estudiar profundamente ese problema… y he publicado un libro que he llamado “La sucesión presidencial de 1910”… del cual tengo la honra de remitirle un ejemplar”. Firmaba desde San Pedro de las Colonias, Coahuila, un tal Francisco I. Madero.

Familia Benard con Franco.

El poder omnímodo embriaga, la embriaguez nubla el entendimiento y le cierra la puerta a la razón. Díaz renunció a la presidencia y partió al destierro desconcertado, con un terrible dolor de muelas y una amargura que desgarraba su orgullo: “Ya se convencerán, por la dura experiencia, que la única manera de gobernar bien al país, es como yo lo hice”. La nación entera se enfrascaría en una guerra fratricida que arrancó la vida a un millón de mexicanos.

Pero, dejemos las despedidas nostálgicas y los recuerdos amargos y regresemos a la colección musical de Armando. Para darle a usted una idea de la dimensión de este excepcional acervo, hagamos un ejercicio de imaginación: si organizáramos un maratón musical y programáramos uno a uno los materiales día y noche, nos pasaríamos escuchando música durante un mes y medio. ¡Vaya banquete musical que nos daríamos!

Un coleccionista obsesivo

La fonoteca que atesoraba en Hotel Kino, es un excepcional acervo.

Corría el año de 1958. El “Güero” salía de su casa-hotel para dirigirse a la escuela de agricultura de la Universidad de Sonora. En el trayecto cruzaba por el Hotel San Alberto, donde transmitía la radio XEBH, estación pionera en Hermosillo, propiedad de don Luis Hoeffer Fierro. Por aquellos años los programas radiales se grababan en la ciudad de México en grandes discos metálicos, los mismos que eran desechados por la estación después de su transmisión. El “Güero” con la perseverancia de un cazador recogía diariamente uno a uno esos discos, los limpiaba con cuidado y los sumaba a su colección. Cuenta José Ángel Calderón Trujillo —la voz más culta de Radio Sonora y amigo del “Güero”— que las estaciones radiales de aquellos años eran empresas muy modestas. Tanto así que carecían hasta de reloj, así que cuando los locutores debían dar la hora, le calculaban y decían: “Son las ocho y…, (en ese momento fingían un corte de dos segundos) y minutos”. De esa manera no le erraban, relata divertido Pepe Calderón y añade: “Decían que durante las transmisiones se escuchaba a lo lejos el canto de un gallo, pero eso no me consta”. Durante muchos años, Armando Benard Noriega invitó personalmente a diferentes grupos de huéspedes del Hotel Kino, para convivir y escuchar música en su estudio. Las veladas eran acompañadas con queso, pan y tequila, pero no duraban mucho, pues, como lo recuerdan los huéspedes, antes de las once de la noche Armando decía: “Bien muchachitos, por hoy es todo, mañana hay que trabajar”.

El “Güero” es desprendido, tiene la amable costumbre de compartir su colección musical: graba cds a todo aquel que se lo pide con cortesía. Armando Benard Noriega es una persona noble, comprensiva y generosa. En todos los órdenes de su vida, se rige bajo la filosofía poética que trazó José Martí en el siglo XIX:

Cultivo una rosa blanca

en julio como en enero

para el amigo sincero

que me da su mano franca.

Pero para el cruel que

me arranca

el corazón con que vivo,

cardo ni ortiga cultivo…

cultivo una rosa blanca.

Alguna vez, un intelectual cuyo nombre me reservo por cortesía, al ser invitado por una tercera persona, a conocer la colección musical del “Güero”, se comportó con la petulancia del que se siente bordado a mano por un manco. Aquel ser revisaba el estudio con el mentón alzado y una ceja arqueada. En determinado momento sentenció con voz engolada: “He conocido colecciones mejores”. El “Güero” se levantó con parsimonia de su asiento, se dirigió a su tornamesa, guardó el disco en su funda y apagó el amplificador. Se plantó frente al impertinente y su acompañante, cruzó los brazos y sin perder la sonrisa sentenció: “Muy buenas noches tengan ustedes, la velada ha terminado”. Tenía razón el cubano: “cardo ni ortiga cultivo…”.

En la colección de Armando no solo hay una gigantesca cantidad, sino también una extraordinaria calidad, compuesta por grabaciones rarísimas, únicas en su género. El valor de la colección Benard radica precisamente en su unidad.

Esta colección deberá mantenerse como tal; deberá ser en su momento, el gran legado de Armando Benard Noriega a la historia musical de nuestro país, para orgullo de los sonorenses. Esta colección patentiza el amor de un hombre por la música: el arte mayor, aquel que domina a las fieras, aquel que embelesa a los enamorados, aquel que ahuyenta a la soledad.

¡Salud Güero, salud por tu música! ¿Qué te parece si mejor guardamos silencio y dejamos que Toña “La Negra” nos cante quedito al oído, Oración Caribe?

*Fragmento tomado del libro “Hotel Suites Kino, Un Hotel Centenario”, escrito por Franco Becerra.