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El trágico y memorable febrero de 1913

“Quién olvida su historia, está condenado a repetirla”.

—Poeta y filósofo español Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana.

Por Héctor Rodríguez Espinoza

  • PORFIRIO DÍAZ

“Que ningún ciudadano se imponga y se perpetúe en el ejercicio del poder, y ésta será la última revolución», había dicho Porfirio Díaz, en el Plan de la Noria en 1871, después de consumada la segunda independencia de la patria.

Pero en 1877, al hacerse finalmente del poder, Díaz —hombre de escasa ilustración, carente de ideas geniales— resultó un pigmeo advenedizo, al lado del grupo gobernante más inteligente, experimentado y patriota que la nación había tenido: Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada, José María Iglesias, Matías Romero, entre otros.

Con un odio irracional contra éstos, sin ninguna visión válida de la vida y de los problemas del país, se dio a la acción, bajo la fórmula: «cero política, mucha administración», consigna que funcionó, porque el país ya ansiaba la paz y quería mejorar su condición económica.

A cambio de acciones en los ramos de las comunicaciones, banca y economía en general, la desigual repartición de la nueva riqueza fue más marcada, fracasando el modelo anglosajón que se quiso imitar, pues la base de la pirámide social mexicana era anchísima y de escasa altura, sin ninguna movilidad social entre las capas, lo que impedía el escurrimiento de la lluvia fecundadora, de que hablaban los científicos.

Díaz se impuso y se perpetuó él mismo en el poder. Por eso, hubo otra revolución.

  • FRANCISCO I. MADERO. SU LIBRO Y LA REVOLUCIÓN MEXICANA

Contra ese régimen, surgió Francisco I. Madero, un hombre «blanco, chaparro él, de barba, nervioso y simpaticón», según la prensa de la época. Se lanzó a la aventura temeraria de exigir la libertad política a un «Don Porfirio».

Un inmenso amor a la verdad y una infinita pasión por la libertad, le hicieron empuñar el arma de un libro, en el que dejó oír «el lenguaje de la patria».

Al escribir, en 1908, La sucesión presidencial en 1910, Madero reaccionó ante el «indiferentismo criminal, hijo de la época»; repasó las gestas libertarias del pueblo mexicano; examinó el curso por el cual la República había caído en una dictadura; enjuició «sin odio personal», pero con dureza, al régimen de Díaz; se conmovió por las represiones de Río Blanco y Cananea; desesperanzado, propuso al pueblo organizarse en partidos políticos y proclamó el Sufragio Efectivo y la No Reelección. Aun cuando no quería «más revoluciones», sabía que «cuando la libertad peligra; cuando las instituciones están amenazadas; cuando se nos arrebata la herencia que nos legaron nuestros padres y cuya conquista les costó raudales de sangre, no es el momento de andar con temores ruines, con miedo envilecedor, hay que arrojarse a la lucha resueltamente, sin contar el número ni apreciar la fuerza del enemigo».

Dirigido a un pueblo, era un libro —como quería José Vasconcelos— para leerse de pie. (Curiosa ironía dialéctica: un libro que causó el despertar de una nación rural con un 84% de analfabetismo).

En él se reflejó valiente, terco, soñador, generoso e idealista. (Esa bondad, modestia y buena fe empañarían, después, su visión política, clara y precisa).

Más que el historiador que juzga con la frialdad de la distancia, se describió a sí mismo como «el pensador que ha descubierto el precipicio hacia dónde va la patria, y que con ansiedad se dirige a sus conciudadanos para anunciarles el peligro…». Hizo suyo el apotegma de Peule: «En los atentados contra los pueblos, hay dos culpables: …el que usurpa y los que abdican».

El problema urgente de la República, pues, era la pérdida de la dignidad cívica.

Al examinar el pulso de la historia del país, concluyó que la causa del absolutismo porfirista era «la plaga del militarismo», pero aclara que se refería, exclusivamente, a los ambiciosos, «insubordinados sin conciencia, que han abrazado la noble carrera de las armas, no con el fin levantado de defender su patria, sino con el de llegar a arruinarla, satisfacer sus pasiones mínimas y su insaciable ambición»; ejemplificó con Santa Ana y presintió a Victoriano Huerta.

Escudriñó los hechos y dedujo, con su lógica, que el pueblo estaba apto para la democracia, todavía como «el único medio para que la República no recurra a las armas», sin que fuera obstáculo su analfabetismo, como no lo fue —escribió— en la antigua Grecia; en la Francia del 92; en el Japón; y aun en México en 1857 y los recientes movimientos de Nuevo León, Yucatán y Coahuila.

Jamás imaginó Díaz que de un pueblo mayormente iletrado, surgiría un libro —típico producto cultural—, capaz de enjuiciarlo con rigor histórico y encender la mecha que incendió al país en apenas un año.

En 1910, Madero figuró como candidato presidencial, pero estuvo preso el día de las elecciones. Esto movió su brújula política, sintió ya en carne propia que era la fuerza el único remedio para combatir al dictador.

En septiembre de ese año, los fastuosos festejos del centenario de la Independencia, ahogaron momentáneamente la voz popular. Díaz, tras 30 años en el poder, enfermo, contaba ya con 80 años de edad.

En octubre, desde Texas, proclamó el Plan de San Luis, la orden de fuego. (Casualmente en Rusia, en ese mismo año, Stravinsky escribía El pájaro de fuego).

Tuvo contacto con Aquiles Serdán en Puebla. Se suceden los levantamientos en Tlaxcala, Yucatán, Sinaloa y Puebla. La provincia, siempre la provincia definiendo el rumbo de la nación, con algo más que un instinto. En 1911 entra al país y surgen Pancho Villa, Emiliano Zapata, González, Castro, Orozco, Mora. En abril, Díaz pide al Congreso aprobar la no reelección. Primera partida ganada.

El 25 de mayo de 1911, Porfirio Díaz presentó por escrito su renuncia a la Presidencia de México. Un parteaguas en la historia política nacional.

  •  FRANCISCO I. MADERO

Asume la presidencia del país el 6 de noviembre de 1911. Su mandato se caracterizó por encabezar un gobierno democrático preocupado por las condiciones de vida del pueblo llano, aunque no sabría satisfacer las aspiraciones de cambio social que tendrían las masas revolucionarias, lo cual provocó alzamientos armados, como el del campesino Emiliano Zapata o la rebelión de Pascual Orozco.

  • MARCHA DE LA LEALTAD A FRANCISCO I. MADERO

En la madrugada del 9 de febrero de 1913 se inició una sublevación en la Ciudad de México con la intención de derrocar al presidente Francisco I. Madero. Los generales Manuel Mondragón, Félix Díaz y Bernardo Reyes, apoyados por los cadetes de la Escuela Militar de Aspirantes de Tlalpan y la tropa del cuartel de Tacubaya, tomaron por asalto el Palacio Nacional. El sitio fue rescatado por el general Lauro Villar. Durante la refriega murieron casi un centenar de civiles y soldados, entre ellos el general Bernardo Reyes. Los rebeldes, a pesar de contar con superioridad numérica, decidieron retirarse para refugiarse en La Ciudadela.

El presidente Madero, atento a los sucesos, fue informado por el ministro de Guerra Ángel García Peña que el Palacio había sido recuperado. Fue entonces cuando decidió iniciar la marcha hacia Plaza de la Constitución, se entrevistó con el director interino del Colegio Militar, teniente coronel Víctor Hernández Covarrubias y arengó a los cadetes para que lo acompañaran:

“Ha ocurrido una sublevación y en ella la Escuela de Aspirantes, arrastrada por oficiales indignos de su uniforme, ha echado por tierra el honor de la juventud del ejército. Este error sólo puede enmendarlo otra parte de la juventud militar, y por eso vengo a ponerme en manos de este Colegio, cuyo apego a la disciplina y al deber no se ha desmentido nunca. Os invito a que me acompañéis en columna de honor hasta las puertas del Palacio, asaltado esta madrugada por los Aspirantes y sus oficiales y vuelto otra vez a poder del gobierno gracias a la energía del Comandante Militar de la Plaza, que ha sabido reducir el orden de los revoltosos”.

El presidente, montando a caballo, fue resguardado por trescientos cadetes, vestidos con su uniforme de gala, y por los miembros de la Gendarmería Montada que habían sido convocados por el gobernador del Distrito Federal, Federico González Garza. El trayecto de la marcha se efectuó por el Paseo de la Reforma y por la avenida Juárez. La caravana hizo una pausa deteniéndose en la Fotografía Daguerre debido a un proyectil disparado desde el edificio de la Mutua, hoy Banco de México. Al contingente se fueron uniendo Gustavo A. Madero, el secretario de Comunicaciones Manuel Bonilla, el secretario de Hacienda Ernesto Madero, y muchos civiles. Asimismo, el general Victoriano Huerta se hizo presente en el sitio.

Debido a que Lauro Villar había resultado herido durante los acontecimientos, Huerta logró hacerse nombrar comandante de la plaza. El capitán Federico Montes informó a Huerta de la captura del general rebelde y diputado federal Gregorio Ruiz, a continuación se giraron órdenes para su fusilamiento. Aunque algunos historiadores culpan de este hecho a Gustavo A. Madero, algunos otros consideran que Huerta, sabedor de que Ruiz conocía sus implicaciones con los sublevados, decidió silenciarlo para siempre. Huerta quiso fusilar a varios jóvenes aspirantes, pero Gustavo A. Madero y García Peña se opusieron debido a la juventud de los prisioneros.

Una vez en Palacio, Madero celebró una junta con sus secretarios. Se acordó llamar a los cuerpos rurales de Tlalpan y de San Juan Teotihuacán, al 38° batallón de Chalco, y al 29° batallón de Toluca, comandado por Aureliano Blanquet; el propio Madero se dirigió a Cuernavaca para solicitar el apoyo de la brigada del general Felipe Ángeles. Sin embargo, las acciones bélicas en torno a La Ciudadela continuaron, nueve días más tarde el golpe de Estado logró su fin, gracias a las traiciones perpetradas por los generales Huerta y Blanquet.

El tránsito entre la ideología y el martirio de Madero se envilece con la función del traidor de Huerta y del embajador norteamericano Henry Lane Wilson, en el pacto de la embajada, episodio calificado como «uno de los capítulos más sombríos de la historia de la democracia en América».

  • OTRA NOCHE TRISTE

Un 22 de febrero, a las 10:00 de la noche —otra noche triste— fueron abatidos Francisco I. Madero y José María Pino Suárez.

Su vida de no muchos años, y su libro, de no muchas páginas, constituyen un sólido pilar del ideal de la educación y de la cultura por la democracia en el México del siglo XX y de siempre.