Destacada

La rutina a bordo de un camión en Hermosillo

Por Miguel Gálvez

La ciudad del Sol, un nombre bien merecido para la capital sonorense, con veranos arriba de los 40 grados, con luz durante mayor parte del día.

Cinco y media de la mañana: el sol se asoma a través de la ventana, uno se levanta después de un día largo de trabajo, de escuela, actividades, pendientes, vas con toda la actitud de seguir la rutina que te llevará a bien si lo vez de forma positiva.

Cinco y tres cuartos de la mañana: un baño y a vestirse para empezar el día.

Seis de la mañana: desayuno a medio preparar. Recuerdas que no tienes automóvil, así que corres a la parada a esperar la unidad. En el celular calculas con la app UNE Sonora que el camión llegará en 5 minutos.

Seis quince: llegas a la parada, pero como la aplicación va un tanto retrasada, se te fue el “rula” que iba vacío. El sol ya te abraza con tal intensidad que te quita toda la energía que traías; los parabuses millonarios de la ciudad comienzan a llenarse de obreros, oficinistas, estudiantes.

Seis y media: al fin llega el camión, subo junto con las demás personas que se fueron acumulando, veo los asientos rayados ya ocupados, una vez más viajo parado. El lector de tarjetas no funciona, el chofer informa que está fuera de servicio y pide que pague en efectivo si no te baja. Ni modo. Buscas con esperanza de encontrar un “clavito” guardado en el bolsillo, maletín, bolsa, mochila para pagar el pasaje. Como si hubieran transcurrido una eternidad encuentras monedas al fondo del bolsillo, pagas, y sientes la desesperación de las miradas alrededor.

Seis con cincuenta: el bus avanza repleto mientras el camionero sigue subiendo y subiendo a más gente, como si fuera una competencia entre conductores. Apretados, desgañitándose al fondo se escucha un “¡bajan!” para que escuche el conductor; rozones, empujones, toda una lucha entre mochilas, bolsas, nadando entre la masa humana para pasar. El aire acondicionado todavía se da abasto, tocó suerte porque lunes y martes todo era sudor, propio y ajeno.

Siete en punto: nos toca gritar para descender de esa “arca de Noé” moderna, para variar, el conductor no escucha y se detiene una parada más lejos del destino.

Siete con quince: corro para que no me cierren la puerta. Transpirando por el maratón, por fin llego, arriesgando que me deje pasar el jefe o maestro.

Pasa el tiempo, el hambre, el sueño, esperando a que llegue la hora de poder salir. Por fin es hora. El sol cayendo con rayos que parecen derretir. Nos encaminamos al parabús, una estructura metálica que parece como horno emitiendo más calor (ni loco me siento en esas bancas).

Tres de la tarde: esperas la otra “limosina pública” para poder llegar a reposar a tu hogar y tomar agua. Verificas la aplicación para ver si viene en camino el trasporte, pero como ya viste lo mala que es, te da tiempo de completar una buena lectura. Terminas el libro y ya te dio las tres y media de la tarde, sin ningún rastro de tu rula, por lo que te pones a analizar a las demás personas y ver el alma obrera de la ciudad. Te pones a imaginar cosas que podrían pasar contigo o en tú alrededor o bien escuchas buena música para dejar pasar el tiempo.

Tres cuarenta de la tarde: llega el camión, te emocionas porque es de los nuevos que metió el gobierno recientemente, pero de igual manera está lleno porque no habían pasado en una hora y media, pero bien te subes y esta vez sí agarró la tarjeta por lo que te sientes aliviado y avanzas en el camión.

Cuatro con diez de la tarde: van pasando las estaciones de camión. Al interior de la unidad morros cotorreado el momento, uno en la esquina apunto de desmayar del calor, una anciana que se quedó atrapada en la puerta del camión, por que el chofer cerró antes la puerta.

Cuatro y media de la tarde: me deslizo hasta la puerta trasera del bus, para poder descender, de nueva cuenta grito “¡bajan!”. El chofer se pasa otra vez pero ya nada importa te alivia un pensamiento rápido: llegar a casa, quitarte los zapatos, un baño frío, un poco de comida, descansar del calor “¡bajan!”. Saltas los escalones, caminas a casa, abres la puerta, te derrumbas en el sillón, mañana de nuevo será otra aventura a bordo del camión.