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Raúl Cardiel Reyes: Filosofía latinoamericana y nuestra aridoamérica

Por Héctor Rodríguez Espinoza

I.- En verano de 1995, colaborando en El Colegio de Sonora en tiempos de su fundador Gerardo Cornejo Murrieta, como edición de autor publiqué mi segundo libro “BÚSQUEDAS ITINERANTES. Ensayos y artículos sobre la realidad cultural del noroeste de México” y me honró con el Prólogo, el Presidente del Seminario de Cultura Mexicana, Don Raúl Cardiel Reyes (1 noviembre 1913- 3 diciembre 1999).

El filósofo estudió en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí; dirigió el Teatro Universitario y la radiodifusora XEXQ. Obtuvo maestría y el doctorado en Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM; Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad de Southampton, Inglaterra. En 1950, miembro del Comité Organizador del V Congreso Latinoamericano de Filosofía; de 1954 a 1957, secretario general de la Asociación Nacional de Universidades e Institutos de Enseñanza Superior (ANUIES) y, de 1956 a 1961, director general de Servicios Escolares UNAM. Secretario particular y asesor de Víctor Bravo Ahúja, Secretario de Educación Pública. Fundador y secretario de la Academia Potosina de Ciencias y Artes; en 1978, director de la Corporación Mexicana de Radio y Televisión (canal 13). En 1980, miembro titular en el Consejo Nacional del Seminario de Cultura Mexicana y, de 1983 a 1998, presidente honorario. Miembro del Consejo Directivo del Centro Mexicano de Escritores, de la Sociedad Protectora del Tesoro Artístico Mexicano; de 1981 a 1983, director de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales UNAM. Publicó ensayos sobre las ideas y los acontecimientos culturales, la historia política y social de México. El 3 de diciembre de 1999, la Facultad sufrió su pérdida irreparable, de sus profesores más distinguidos, su primer y único profesor emérito y constructor de los modernos edificios que la albergan.

II.- ¿Por qué no confesar el honor y placer sentidos entonces -y ahora de re leerlo-, por sus generosas pero inmerecidas palabras y compartirlas ahora?:

“Siempre he admirado la historia, los grandes aconteceres en la zona noroeste de México, en la que se encuentra el Estado de Sonora. Ahí se han forjado hombres recios, duros, vigorosos, rectos. Su historia empezó tarde, en el siglo de oro de este país, cuando terminaba la Colonia y empezaba el proceso de su independencia. Entonces empezó el descubrimiento de sus tierras inhóspitas, casi desiertas, con aborígenes primitivos que aún no llegaban a los lindes de la civilización y cuya incorporación fue de las más difíciles, desesperantes y desalentadoras. Historia enteramente desfasada de lo que acontecía en el territorio de la culta Mesoamérica. Cuando en ésta se consumaba la Conquista, en el noroeste apenas empezaba la terrible lucha con un entorno inhóspito y unas tribus indomables.

He tenido la fortuna de tener incontables amigos que proceden de esa zona de México. Todos ellos emanan una atracción humana especial. Cordiales, generosos, resueltos, como todos los norteños. Rebosando una envidiable salud, fruto de sus climas extremosos y sus tranquilas ciudades de vida sencilla, sin las complicaciones de las zonas repletas de agitados conglomerados humanos.

Entre ellos cuento al Lic. Héctor Rodríguez Espinoza, al que he tratado en reuniones de carácter cultural, como ha sido el Seminario de Cultura Mexicana, a la que pertenecemos ambos, él como miembro de nuestra corresponsalía en Hermosillo y una vez como su presidente. Lo recuerdo como un hombre formal, serio, ponderado y discreto, afable, inteligente y culto. Ha hecho una excelente carrera en el ámbito judicial, en donde ha ocupado puestos de alta relevancia, tanto en la esfera estatal como en la federal. Al mismo tiempo ha desenvuelto sus facultades intelectuales y artísticas en lo cultural, con instituciones educativas de nivel superior, como catedrático de materias jurídicas y de humanidades, en historia y en filosofía.

Estas actividades lo han puesto en contacto con la realidad social de su Estado. Interesado en todos los aspectos importantes y aun diríamos críticos, ha iniciado su carrera de escritor de asuntos de carácter social, con la intención bien clara de contribuir al mejoramiento de su medio. De este modo se ha aventurado a abordar temas legales, políticos, históricos, literarios, educativos, una amplia gama de temas que revelan el perfil humanista de su personalidad.

De su producción literaria conocía solamente su libro “Culturas en conflicto”, en donde compiló diversos estudios y ensayos de escritores sonorenses principalmente que se refieren y juicios contradictorios en la entidad. Volumen interesante y llamativo, que brinda ejemplos de la enriquecedora y variada realidad social de Sonora.

Ahora soy el portavoz para presentar una nueva obra, en la que se reúnen diversos estudios, ensayos y comentarios sobre los más variados asuntos que tocan a la realidad cultural, que ha titulado “Búsquedas Itinerantes. Ensayos y artículos sobre la realidad cultural del noroeste”. Este volumen contiene veintisiete escritos que van desde el comentario sobre la obra de Andrés Pérez de Rivas, pasando por el venerable padre Kino, la Revolución Mexicana, los cronistas de la patria chica, la belleza del cuerpo femenino (que embellece cualquier obra), la Cuba de hoy y finalmente el aniversario de la Casa de la Cultura, que tanto debe al Lic. Héctor Rodríguez Espinoza.

Le ocurre a nuestro autor, como a tantos otros incluyéndome a mí mismo, que un tema puramente local, nos apasiona tanto que olvidamos a veces que todos ellos se enmarcan en totalidades superiores que le dan todo su significado, como es nuestro entorno nacional, la dimensión internacional y aun el aspecto universal de los asuntos humanos. Pese a esta primera impresión, pronto caemos en la cuenta de que nuestro autor no ha perdido de vista estos aspectos superiores.

Aquí se encontrará también un estudio sobre ese genio supremo que fue don Pedro Calderón de la Barca, en una ponencia que presento en el último Coloquio Internacional Cervantino, programa de prestigio mundial que se celebra anualmente en la ciudad de Guanajuato.

Me llama particularmente la atención el comentario dedicado a una visita suya a la ciudad de La Habana. Asunto difícil y espinoso, rodeado de imprescindibles abismos. Pero el licenciado Rodríguez Espinoza luce aquí sus mejores cualidades. El relato es sencillo, sin hipérboles, discreto, mesurado, objetivo. Aplaudo su decisión de dejar para una ocasión posterior, el hacer juicios sobre la situación actual y el futuro de la isla caribeña. La historia dará pronto, eso lo creo con seguridad, una respuesta clara y definitiva a este punto.

Este libro presenta toda la enriquecedora experiencia que significa adentrarse en la problemática social del noroeste de México. Problemática que presenta, en algunos puntos, la imagen de nuestro revuelto mundo contemporáneo. Pero sus lectores encontrarán deleite especial en recorrer sus páginas, regocijarse con sus disímbolos temas, paladear la prosa castiza, limpia, de que hace gala nuestro autor, sin los defectos comunes de otros escritores.

Estoy seguro de que este libro enriquece y ennoblece la bibliografía de la cultura del noroeste, de la que las gentes del centro estamos tan poco enteradas.

Todo lo que contribuye a sentirnos más cerca unos de otros, fortalece nuestra unión, profundiza nuestra conciencia nacional y por ello mismo nos hace más mexicanos y más humanos”.

III.- Uno de esos 27 textos encabeza esta colaboración y comparto, 45 años después, por su recurrente actualidad cultural:

NUESTROS NIÑOS Y JÓVENES ANTE UNA NUEVA FORMA DE EXPRESIÓN. El fenómeno de los “Cholos”.

“En forma cíclica, pero cada vez más frecuentes, aparecen en nuestra sociedad urbana y suburbana, modos de comportamiento heterodoxos, entre adolescentes y jóvenes.

Por tratarse de estados fronterizos o de flujo y reflujo a y de los Estados del suroeste de Estados Unidos -con quienes se genera un peligroso choque cultural-, tales comportamiento suelen ser adoptados por imitación lógica o extra lógica, de grupos identificados de California y Arizona.

Fue el caso de los hippies, en los 60 y también el de los “cholos” en el presente. Si los primeros se rebelaron contra el establishment, de la falsedad e hipocresía que siguen caracterizando a la sociedad occidental, de los dictados morales de sus padres y maestros, y de la guerra de Vietnam, ¿cuáles son las causas de este contemporáneo fenómeno de los “cholos”?

Este fenómeno de los descendientes directos del pachuco, homeboys, “carnales” o “gangas”, se manifiesta en muros de calles, camiones, mostrando, con sui géneris alfabeto, huella de «un diagrama de palabras y onomatopeyas que forman más un dibujo, que una grafía, lenguaje cifrado de enervante misterio», indica las iniciales del barrio a los que pertenecen adornándolas con signo espontáneo.

Según estudio norteamericano, indica la pertenencia a una pandilla, su protección, mensajes de amor, supremacía de cabecilla, el número trece (décima tercera letra del alfabeto) significa yerba o mariguana. Librándose a sí mismos de los patrones aceptados de expresión literaria, han desarrollado elaborado sistema de símbolos, como gráficas, en las paredes del barrio, signos cabalísticos, los jeroglíficos de la conciencia del barrio.

Símbolos secretos cuyo uso rechaza las normas aceptadas por la sociedad convencional. A través de ellos un grupo, basado en la experiencia compartida del barrio, genera sus valores, versión propia de lo que es bueno y lo que es malo, lo que se acepta y lo que no y forma la base de la moralidad del barrio.

Aunque su origen geográfico se encuentra en la inmensa comunidad chicana del este de Los Ángeles, Ca., su presencia inundó primero Chihuahua y Sinaloa, y es común ver sus pintas en Huatabampo, Obregón, Guaymas, Hermosillo, Nogales y San Luis.

Según reportaje de Fernando de lta (Uno Más Uno, 16 a 20 diciembre 1980), en Los Ángeles, los “cholos” son la expresión o imagen romántica de un conflicto social, racial, económico, político y cultural entre los dos pueblos, incrementando la guerra entre pandillas; violencia juvenil que las autoridades han entendido como “consecuencia de las pésimas condiciones de vida que hay en los barrios chicanos, de la mala atención que reciben en las escuelas públicas, las pocas oportunidades de trabajo para los jóvenes de origen mexicano, a la represión policíaca en contra de la raza”, y en suma, por la discriminación racial que aún persiste.

Entrevistado Benjamín Covarrubias, “The Thunder”, manifestó que “siempre han tenido que usar toda su fuerza para aguantar la discriminación que sufren desde la escuela, los maestros los golpean por hablar español y “por quítame estas pajas”. Lo peor era que, al quejarse los niños con sus padres del mal trato, los progenitores les decían que se callaran, que no hablaran español, que no se hicieran merecedores de una investigación familiar, por temor a que saliera a relucir su calidad migratoria. Estos hijos de mexicanos ya nacidos en Estados Unidos, crecieron con el miedo de ser lo que eran, y acumulando el coraje de resultar convictos antes de haber cometido un solo delito”.

La drogadicción, tráfico de armas y violencia entre pandillas han movilizado a varias organizaciones de trabajo social, centros de estudios chicanos, autoridades universitarias y civiles de la más populosa comunidad mexicana, después del DF (más de cuatro millones de habitantes).

Los antecedentes son el gran motín chicano de 1943, reprimido por la Guardia Nacional con lujo de violencia, y el triunfo de una obra de teatro campesina en 1975, los jóvenes chicanos comenzaron a vestir la indumentaria del pachuco popularizado en México por el cómico Germán Valdes, Tin-Tán, que la puso de moda desde principios de los 40: pantalón balón y saco colgado hasta las rodillas, y heredaron el sentimiento de orgullo de su raza: “la raza”.

Visto el fenómeno sociológico en su lugar de origen, éste los catalogó como «la fuerza de choque del sector de indocumentados, producto lógico de una sociedad que por un lado los margina, y por el otro los hunde en las peores aguas del consumismo y la dependencia del mismo sistema: el deseo del triunfo».

La influencia del mexicano radicado en Estados Unidos, en menos de 50 años se ha apoderado de la mitad de Los Ángeles. Ahora, su juventud extiende su marca a lo largo de los 3,250 kilómetros de frontera, y amenaza con penetrar a lo largo y ancho de cuando menos la mitad norte de nuestra República.

Si el grupo a que nos referimos tiene, como origen explicable, reacción frente a las condiciones que los oprimen en Estados Unidos, ¿cuál es la explicación a la presencia de sus seguidores en el País?

Una respuesta seria y fundada amerita, más que algún amarillista reportaje, una investigación social de alguna institución responsable.

Mientras, puede aventurarse que, dada la similitud en sus signos cabalísticos, que reflejan «la conciencia de un barrio y el rechazo de las normas aceptadas por la sociedad convencional, despreciando los valores en boga y generando sus propios valores y su propia moralidad», los pocos originales y nativos “cholos”, “pachucos”, homeboys, “carnales” o “gangas”, seguirán ganando más adeptos entre nuestros adolescentes y jóvenes.

Quizá por una simple imitación extra lógica. Quizá como prolongación del grito desesperado de nuestros hermanos de sangre que seguirán padeciendo la transición histórica, psicológica, racial, cultural, económica y política en la tierra de sus no muy lejanos antepasados. O quizá por ambas razones”.