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Sacan fortaleza frente a tragedia de ABC

En medio de gritos y llanto de niños, y presas de la confusión y el pánico, bomberos y socorristas de esta ciudad tuvieron que templarse aquel 5 de junio del 2009, la fecha trágica del incendio en la Guardería ABC.

Leonardo Andrés Caraveo, el primer socorrista de la Cruz Roja que llegó a la guardería, recuerda aquel momento que marcó su vida. «Por curiosidad me fui a la ambulancia a escuchar el radio, no llevaba ni un minuto cuando nos hablaron: ‘Señor, para que se dirija a un incendio, al parecer hay 150 niños adentro'». El socorrista, que en aquel entonces tenía 27 años, se preparó mentalmente para lo que vería, apretó el volante y se dirigió a la guardería que estaba a unas cuadras. Cuando arribó al sitio encontró un caos: la calle estaba colapsada, llena de autos y gente. Es una imagen que permanece en su mente. «Cuando me bajé de la ambulancia, un policía llorando me dijo: ‘¡Este niño…!’. Agarré el estetoscopio y se me empezó a venir en los brazos, su piel se me quedó pegada en las manos y le dije: ‘Está muerto, oficial’. «Después vieneron unos ocho o nueve que se me pusieron así, y fue cuando mi compañero me dijo, con el temblor de las manos: ‘Caraveo, esto es grande'». Después llegó a su ambulancia un niño con una respiración de apenas un silbido audible; luego otro niño y una mujer quemada. Al saber que otras ambulancias venían en camino, enfiló al hospital además con un policía intoxicado en la cabina. Caraveo pasó el resto de la tarde y noche trasladando niños de un hospital a otro. Ya en la madrugada también atendió a padres y familiares con crisis nerviosa, afuera del anfiteatro de la Procuraduría de Justicia. Al llegar a su casa, el dolor le impedía conciliar el sueño. «Era imposible (dormir). Yo no recuerdo haber escuchado tantos gritos. Cuando quise dormir, escuchaba los gritos, el llanto», recuerda. «Le platiqué a mi mamá que escuchaba gritos, llanto, de todo. Ella me agarró, me pone en su pecho y me dice: ‘Tranquilo, tú ayudaste, no tienes por qué sentir culpa’. Se me salieron las lágrimas. Le dije a mi mamá: ‘Fue impresionante, fue feo’. «Todavía me pregunto, ¿a cuántos más pude haber salvado?, ¿pude haber hecho más?», dice el socorrista cuando pasa por el lugar donde están las 49 cruces que recuerdan a los niños víctimas de la tragedia.

‘Hasta el más fuerte lo veías llorar’

Desde la base central de Bomberos de Hermosillo, Mario Alberto Aguilar, coordinador operativo, veía la columna de humo hacia el sur de la Ciudad. Por la altura y el color de la humareda pensó que se quemaba un depósito de llantas, por eso decidió llevar a todo su personal disponible. Cuando a medio camino le avisaron que era una guardería, pisó a fondo el acelerador. «Veías gente corriendo con niños quemados en las manos, parecía zona de guerra, policías armados corriendo para allá y para acá, civiles corriendo sin camiseta, porque se la quitaban para cubrir a los niños. Algo muy fuerte», recuerda. «Yo no entré, me puse a preparar el equipo de primeros auxilios para dar reanimación, recibimos tres o cuatro niños a los cuales les dimos RCP con el equipo. Lamentablemente no tenían signos y no reaccionaron». Aguilar debió mantener la fortaleza en medio de la desesperanza, pues estaba a cargo de un equipo de más de 20 bomberos, quienes además debían coordinar a otros policías y civiles. «Había compañeros ahí en el servicio que se estaban empezando a desmoronar, a derrumbar. Al más grande, al más fuerte, le veías rodar las lágrimas. «A mí no me quedaba más que guardarme mis sentimientos y empujar a la gente a decirle: ¡Síguele trabajando, ya después vemos qué hacemos! Porque si se me derrumba la gente, ¿quién apaga el incendio?». Con el paso del tiempo, el coordinador siente algo muy parecido cuando atiende alguna emergencia en guarderías, que ahora son más comunes debido a la activación de alarmas, aunque no se trate de una emergencia real. «Todos los servicios de una u otra forma nos pegan emocionalmente, pero ese en particular fue algo extraordinario, tanta cantidad de personas que fallecieron, lastimadas». Hasta la mañana siguiente que regresó a la base pidió hablar por teléfono, platicó con su esposa y sus dos hijas. En ese momento se derrumbó y lloró.

Consideran que el drama jamás pasará

El caso de la Guardería ABC convulsionó a México, pero quienes tuvieron una relación directa con la tragedia llevarán ese drama siempre con ellos, considera el psicoterapeuta Rogelio Ortiz. Desde el primer día del siniestro, él coordinó a un grupo de sicólogos en la atención de familiares de las víctimas y tiene recuerdos vívidos de aquel 5 de junio. La diferencia, dice, está en la forma en que cada persona enfrenta esos sentimientos. «¿Olvidar?, no creo, pero tener control emocional de lo que nunca vas a olvidar es otra cosa», dice. Aquel día la Ciudad estaba en shock. Una semana después, el velo de luto sobre Hermosillo se veía en los ojos llorosos de un taxista, en la plática de una vecina y, ahora, aún después de cinco años, quienes tuvieron contacto con los niños o sus familiares no pueden evitar el llanto. «Ese día, ese dolor se manifestó de distinta manera con profundidad muy diferente, pero en todas las personas; incluso en las que no quisieron enterarse», considera. «Pudo haber habido gente que dijera: ‘Yo de esto no quiero saber, de esto no quiero sentir’, y esa fue la manera que su mente, sus emociones, quisieron evadir algo que emocionalmente también les movió». Para Ortiz, el sentimiento de empatía con la tragedia se agudizó porque se trataba de niños, con toda su fragilidad y vulnerabilidad en medio de una situación terrible. Por ello, la enfermera de un hospital aún llora, lo mismo que un bombero, un socorrista, un doctor, un vecino del lugar y qué decir de los padres. «Esto no es de cantidad, no es de a ver a quién le duele más, no hay un dolorímetro. Hay un dolor, nada más», dice.

ROLANDO CHACÓN / REFORMA