Vórtice

VÓRTICE | La dictadura teocrática de los Talibanes

Este grupo que ahora gobierna Afganistán tiene raíces en una innovación desviada de las creencias tradicionales del Islam.

Por Dr. Jorge Ballesteros

Después de 20 años de ocupación, EE.UU. se va de Afganistán y los Talibanes  (estudiantes en idioma persa y pashtun) recuperan el poder, un hecho que preocupa a la comunidad internacional, y particularmente, a quienes temen por la instauración de un régimen de terror basado en el fundamentalismo religioso.

Ya que cuando estuvieron en el poder, los talibanes fueron acusados de violar los derechos humanos con la imposición estricta de la ‘sharia’, la ley islámica. Realizaron ejecuciones públicas, a veces lapidaciones, de mujeres acusadas de adulterio y amputaban manos a las personas reconocidas culpables de robo, flagelaciones y otros castigos físicos y psicológicos.

A las mujeres las despojaron de todo derecho fundamental, las obligaban a permanecer encerradas en sus casas y les prohibieron trabajar o asistir a la escuela y cuando salían tenían que ir cubiertas con el burka (velo integral), además se permite  el casamiento entre un adulto y una niña.

La ley islámica Sharía considera a las mujeres ciudadanas de importancia menor, sometidas a la voluntad del hombre y objeto de provocación para el mismo. Es por ello que las mujeres deben esconder su cuerpo, e incluso su rostro de cualquier extraño con velos completos como el burka.

No deben hablar en público y su risa no debe ser escuchada por ningún  desconocido, no pueden salir de su casa si no van acompañadas por su mahram (hombre de parentesco cercano) la atención medica no puede ser de un médico hombre por lo que es precaria ya que casi no hay médicos mujeres, la palabra femenina no tiene valor en un tribunal, por lo cual no pueden defenderse, etc.

Los hombres estaban obligados a dejarse barba larga y a seguir estrictamente la práctica religiosa y prohibieron toda forma de ocio, como escuchar música, ver televisión, etc.

En 2001 los talibanes provocaron la indignación internacional al destruir las estatuas de Buda de Bayimán, de 1.500 años de antigüedad, motivados por sus sectarias  creencias religiosas.

Los temores de venganza de los talibanes no son infundados, ya que los insurgentes aplicaron duros castigos a los opositores y a quienes no respetaron su versión ultra estricta de la ley islámica cuando estuvieron en el poder de 1996 a 2001.

En las zonas conquistadas recientemente, ya han sido acusados de muchas atrocidades: asesinatos de civiles, decapitaciones y secuestro de mujeres adolescentes para casarlas por la fuerza, principalmente.

Para comprender qué motiva a este minoritario sector, pero altamente peligroso, se debe conocer su ideología, la que se contrapone sectariamente a las dos vertientes originales del Islam: Sunita y Chiíta, y por ende, opuesta al Islam, al tratarse de una innovación desviada de las creencias tradicionales de esta religión y modo de vida (bid’a).

La fundamentación para este asunto surge a partir de la adherencia a la corriente wahabita (salafista) de los Talibán, la cual centra sus creencias sectarias, de naturaleza exclusiva y excluyente, al señalar que los musulmanes sunitas y chiitas son desviados, y están fuera de las “creencias islámicas”, debido a que sus prácticas devotas incurrirían en shirk (politeísmo), y vendrían siendo “impropias del Islam ancestral de los salafi saleh” (compañeros bien guiados del profeta del Islam, Muhammad).

El Wahabismo es una corriente político-religiosa musulmana de la rama mayoritaria del Sunismo, creada por el extremista religioso Muhammad ibn ‘Abd al-Wahhab (1703-1792) en el siglo XVIII.

El abuelo de Abdul-Wahhab, Tjensuleyman, era Tjen Shulman, un miembro de la comunidad judía de Basora, Irak. Shulman había sido desterrado de Damasco, El Cairo y La Meca por su «charlatanería». Rifat Salim Kabar revela que Shulman terminó de instalarse en lo que hoy se denomina Arabia Saudita, en donde su nieto Muhammad Wahhab fundó la secta wahabita.

Resulta interesante conocer los orígenes de la casa real de los saudís, ya que así nos explicamos los lazos tan estrechos de la monarquía reinante en Arabia Saudita con el sionismo gringo y con el estado de Israel y porque Arabia Saudita es la que difunde y financia estos grupos terroristas salafistas en todo el mundo.

El rey Abdul Aziz ibn-Saud, el monarca del primer reino de Arabia Saudí, descendía de Mordechai bin-Ibrahim bin-Moishe, un comerciante judío también de Basora. En Nejd, Moishe se integró a la tribu Aniza y cambió su nombre a Markhan bin-Ibrahim bin-Musa. Finalmente, Mordechai casó a su hijo, Jack Dan, que se convirtió en Al-Qarn, con una mujer de la tribu Anzah del Nejd. De esa unión nació la futura familia Saud.

Estos dos antecesores de la Arabia Saudita moderna, establecieron un acuerdo  religioso-militar, se sentaron las bases para formar toda la región: Ibn Saud se comprometió a apoyar a Al Wahhab tanto política como militarmente y, a cambio de esto, Al Wahhab le daría a Ibn Saud legitimidad religiosa.

Así se constituyó el reino de Arabia Saudí, de raíces judías, que dieron nacimiento a esta corriente sectaria y extremista del islam, de la cual se nutren  todos los grupos terroristas de la actualidad.

«Al Wahhad creía que la yihad estaba justificada contra los no creyentes, incluso contra los musulmanes que no seguían su verdadera versión de la fe», dice el historiador Haykel.

A partir de este punto hay que comprender la naturaleza ideológica de los Talibán. De esta forma, con el acervo político de este grupúsculo terrorista, creado en los años 80 por la Agencia Central de Inteligencia del Gobierno de los Estados Unidos (la CIA) se buscaba luchar contra la Unión Soviética y el comunismo, injerencia que llevó a la implantación de un régimen religioso purista para 1992.

Una vez caído el Gobierno del expresidente Mohammad Najibulá Ahmadzai, lo que ocurrió a través del financiamiento y el soporte logístico que proveia Estados Unidos, Arabia Saudita y Pakistán, principalmente, quienes patrocinaron las andanzas y las tropelías de los Talibán, hasta su primera toma del poder en 1996, hasta 2001.

Los talibanes dieron refugio a Al Qaida, lo que reforzó su estatus de parias. Solo tres países, Pakistán, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, reconocieron este régimen.

En diciembre de 2001, tras su rechazo a entregar al supuesto Osama Bin Laden tras los atentados del 11 de septiembre, una coalición liderada por Estados Unidos y fuerzas de la Alianza del Norte los expulsó del poder.

Miles de combatientes abandonaron Kabul hacia las provincias, mientras sus dirigentes buscaban refugio en Pakistán, en particular en la ciudad de Quetta.

Desde entonces estuvieron librando una guerrilla incesante contra las fuerzas gubernamentales y extranjeras, multiplicando los atentados devastadores.

Con la bendición estadounidense, en 2013 abrieron una oficina política en Doha, Catar, para iniciar negociaciones con sus principales adversarios.

Pero las negociaciones oficiales para una retirada de las fuerzas estadounidenses a cambio de garantías de seguridad para los insurgentes no se iniciaron hasta octubre de 2018.

Donald Trump denunció en septiembre un acuerdo bilateral que estaba a punto de ser validado después de un atentado talibán que mató a un soldado estadounidense.

La firma del acuerdo se realizó este sábado tras una tregua parcial, efectiva desde el 22 de febrero.

El acuerdo contempla negociaciones posteriores entre talibanes y gobierno afgano, oposición, y sociedad civil.

Las estimaciones varían entre 25,000 y 60,000 combatientes. El movimiento ha sufrido enormes pérdidas durante el conflicto, estimadas en centenares de miles de muertos.

El movimiento puede contar con una reserva casi inagotable de reclutas afganos y paquistaníes procedentes de escuelas religiosas del gran vecino de Afganistán.

Varias semanas de ofensiva, la salida de las tropas estadounidenses del país, el abandono del presidente, Ashraf Ghani, y, poco después, la toma de Kabul. El avance talibán ha sido imparable y hace solo unos días el Gobierno afgano ya daba casi por perdido el país.

No esperaban que fuera cuestión de meses, sino de semanas, y finalmente ha sido cuestión de días. La toma de Afganistán deja un escenario incierto y peligroso para un país que ya ha vivido antes bajo el control de las milicias talibanas, antes de la que luego se convirtió en la guerra más larga de Estados Unidos, que acabó sin victoria, con una agria crisis para el país y dando paso a lo que podría ser una de las mayores crisis humanitarias de nuestro tiempo.

¿Cómo se financian los talibanes?

En gran medida el movimiento talibán depende de las drogas. En el pasado los talibanes fueron acusados de estar implicados en el tráfico de órganos humanos, extraídos principalmente de niños sin recursos y sin nombres, tal y como denunció en 2001 la Organización Revolucionaria de Mujeres de Afganistán (Rawa).

Ya entonces las arcas de los talibanes se llenaba a costa del impuesto al tráfico de opio, materia prima para la fabricación de heroína, y aunque antes de la guerra los milicianos prohibieron el cultivo de la amapola, tras el fin del régimen talibán se restableció: Estados Unidos y la OTAN consideraban que el 60% de la financiación del movimiento talibán en Afganistán procedía del tráfico de drogas, gracias a una extensión de cultivos equivalente a 30 veces el tamaño de Barcelona.

Además, los talibanes imponen impuestos a las empresas, se benefician del comercio de combustible en las zonas fronterizas bajo su control y operan minas ilegales dentro del país. Asimismo, los talibanes reciben fondos externos de simpatizantes, principalmente de Pakistán y de los países del Golfo. Según investigadores de la OTAN, los talibanes recaudan unos 1.600 millones de dólares cada año.

La falsa guerra contra el terrorismo, emprendida por los Estados Unidos, la Unión Europea y los consorcios belicistas: Lockheed Martin – Northrop Grumman – Boeing – General Dynamics Raytheon, solo trajeron desdicha, destrucción y pobreza para el pueblo afgano, mostrándose como los supuestos “salvadores” durante años, mientras les robaban sus recursos a través de la instalación de títeres disfrazados de demócratas; como el presidente de Afganistán el prófugo Ashraf Qani, hoy residente en los Emiratos Árabes Unidos, luego de su escandalosa huida hacia Tayikistán y Uzbekistán. Los mismos veteranos y civiles estadounidenses que fueron engañados para pelear y apoyar guerras a favor de las grandes corporaciones militares, bajo una falsa idea patriota, están perplejos con lo sucedido en Afganistán, preguntándose: “¿Cómo nos sacaron unos barbudos en sandalias y turbantes siendo que tenemos el armamento más poderoso del planeta?” Habría que preguntarle al presidente Biden, quien dio la orden de abandonar Afganistán a su suerte.