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ABC, in memoriam

Era la hora en la que los niños dormían la siesta, las empleadas trataban de despertarlos para empezar la evacuación, pero entonces, la lona y el falso plafón cedieron abriendo paso a un mar de humo negro y tóxico que en segundos llenó el lugar y no dejaba ver ni respirar

Por Lourdes Encinas Moreno

A las 14:45 horas del 5 de junio de 2009, el reloj de la Guardería ABC se detuvo, en ese momento el infierno se desataba ahí adentro y se empezaba a escribir uno de los capítulos más dolorosos de la historia de México.

A esa hora, Diana Judit Jaime Peralta, la directora de la guardería escuchó gritar a una de las asistentes educativas que salía humo de una pared, mientras corría a verificar otra trabajadora gritaba lo mismo desde una de las salas que estaba junto a los baños, ya ni siquiera fue a revisar, ahora era ella la que gritaba para que activaran la alarma contra incendios manualmente y se alertara al resto del personal para iniciar la evacuación de los niños.

La alarma no se había activado de forma automática porque los detectores estaban debajo del falso plafón y la lona de plástico estilo circense que cubría el área de usos múltiples, donde se quedó atrapado el humo.

Era la hora en la que los niños dormían la siesta, las empleadas trataban de despertarlos para empezar la evacuación, pero entonces, la lona y el falso plafón cedieron abriendo paso a un mar de humo negro y tóxico que en segundos llenó el lugar y no dejaba ver ni respirar.

Ese humo venía de una bodega que era utilizada por la Secretaría de Hacienda del Gobierno de Sonora, que compartía la misma nave industrial que la guardería, separadas apenas por un muro de tablaroca con múltiples fallas estructurales. Allí adentro solo había papeles, del otro lado había vidas.

Y entonces, en la guardería empezó a llover fuego. Sobre todo, y sobre todos, caía humo, caían llamas y caían gruesas gotas de la lona derretida.

La falta de visibilidad y el humo asfixiante hacían muy difícil llegar hasta las puertas señaladas como de emergencia, abrirlas resultó imposible porque tenían candado y, al ser de fierro, se dañaron por el calor. De las tres que había, apenas se pudo abrir la de la cocina por la que salieran dos cocineras. Las empleadas que tuvieron más suerte alcanzaron a salir por la entrada principal cargando todos los niños que podían.

Diana corrió a la puerta del patio, no pudo abrirla porque el calor la había colapsado. Estaban atrapados, pero ahí adentro no alcanzaban a dimensionar la magnitud de la emergencia.

Afuera ya todo era un caos.

Aunque los policías, siguiendo el protocolo, trataron de evitar el ingreso de civiles a la guardería para no arriesgar su seguridad, no lograron contener a padres desesperados que buscaban a sus hijos y a los voluntarios que actuaron ante la necesidad de hacerlo, pues los cuerpos de emergencia no se daban abasto.

Entre rescatistas y civiles trataban de abrir las paredes con marros y picos, pero no lo lograban con la suficiente rapidez.

La desesperación crecía.

Pero aun en medio de los peores escenarios siempre hay alguien con la lucidez necesaria para saber qué hacer, ése fue el señor Manuel López, quién al ver las dificultades para ingresar a la guardería le llamó a su hijo, Francisco Manuel López Villaescusa, que se encontraba en su taller de herrería cercano al lugar, para que viniera a ayudar y trajera su camioneta, una vieja pero fuerte pick up Chevrolet Silverado de color blanco, modelo 1997.

El plan de don Manuel era sencillo y resultó muy efectivo: usarla para tumbar una pared y así poder entrar a rescatar a los menores. Este acto fue decisivo, si no se hubieran abierto esos tres boquetes en los muros de ese bodegón que era usado como guardería, la tragedia hubiera sido todavía mayor en número.

El infierno desatado

Al empezar a sacar a los niños empezaban otras dificultades. Ni con la ayuda de bomberos y policías, los socorristas se daban abasto para brindar los primeros auxilios. Nada estaba siendo suficiente. Además, había niños que estaban saliendo muy lastimados, con profundas quemaduras, desvanecidos y no podían esperar el regreso de las ambulancias que salieron a los primeros traslados, así que se tuvieron que usar patrullas y vehículos particulares de gente que iba pasando para llevarlos a los hospitales.

Las escenas que llegaban a las redacciones de los medios de comunicación desde ese lugar quebraban al más fuerte: la desesperación de las madres y los padres que buscaban a sus hijos, el alivio de quienes los encontraban, los esfuerzos sobrehumanos de los rescatistas y civiles por sofocar el incendio y atender a los menores, los cuerpecitos desfallecidos de los niños que ya habían dejado la vida adentro.

Luego, toda esa desesperación se trasladó a todos los hospitales de la ciudad que entraron en situación de emergencia para dar prioridad a la atención de los niños. Los médicos y enfermeras no se daban abasto, los padres iban de hospital en hospital buscando a sus hijos, en algunos casos apenas lograban identificarlos por su ropa o algún rasgo que hubiera quedado intacto. Todos evitaban el último lugar, el más doloroso, el definitivo: la morgue.

Ese día murieron 31 niños, durante las siguientes semanas vimos la lucha por sobrevivir de decenas más y también cómo la cifra iba en aumento, así hasta el 29 de julio cuando falleció el último.

Si el infierno existe, se desató aquella tarde del 5 de junio de 2009, cuando Hermosillo se sacudió como nunca ante la peor tragedia infantil ocurrida en la historia de México.

Este relato lo retomo del libro “49 razones para no olvidar”, de mi autoría, porque a diez años de ese horrible día es importante recordar; el primer paso para que jamás se repita, es no olvidar lo sucedido.

Lo que pasó antes y después ha quedado plenamente documentado, pero se puede resumir en dos palabras: corrupción e impunidad, esas dos conductas que están tan arraigadas en México y que no solo cuestan dinero, también cobran vidas, como la de los 49 niños que fallecieron por ese incendio.

En la víspera del décimo aniversario del incendio de la Guardería ABC, el dolor empieza a sentirse de nuevo en la ciudad… lo que yo les pido es un momento para recordar y para acompañar a los familiares de los niños muertos y lesionados en las actividades conmemorativas. Es importante para ellos sentirse acompañados, pero también lo es para nosotros, como sociedad.

¡ABC, nunca más!