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El Aborto: Una perspectiva evangélica

Por Dr. Enoé Cortazar

La vida humana se muestra en las páginas de la Biblia como un bien de inapreciable valor. Los niños son contemplados siempre como una bendición, y nunca como un inconveniente. Se consideran como un regalo del cielo, y jamás se ven como un problema que hay que sacarse de encima. Los evangélicos han estado junto a las personas y sus problemas todos los días, así que conocen bien la realidad. Es cierto que hay situaciones difíciles y dolorosas, situaciones de violencia, marginalidad y pobreza, de falta de formación o de información, y de soledad y abandono. Sin embargo, la vida es de un valor incalculable y por ningún motivo deberíamos privarla del derecho a vivir. El aborto nunca será la solución a ningún problema social, familiar o personal. El aborto no va a sanar ninguna herida anterior, por más traumática y violenta que haya sido. El aborto únicamente agregará más drama y más dolor al ya vivido.

Cuando hablamos de aborto nos referimos a la interrupción del desarrollo embrionario antes de que pueda alcanzar la viabilidad, es decir, la capacidad de poder vivir fuera del útero materno. Esta interrupción puede ser espontánea o provocada. En el primer caso, el aborto se produce naturalmente sin que exista el propósito de hacerlo. En el segundo caso, el “aborto provocado” se refiere a la acción intencional de provocar la muerte del embrión en el útero materno.

La posición oficial de las iglesias evangélicas, es afirma que el derecho a la vida del nuevo ser arranca desde el momento de la fecundación, es decir, desde el momento en que se constituye la realidad biológica del cigoto o célula huevo, resultante de la fusión del óvulo y del espermatozoide. Es muy grave que una sociedad no respete la vida. Las leyes civiles deberían garantizar una convivencia social justa, y asegurar el respeto de los derechos humanos fundamentales, entre los cuales el primero y más básico es el derecho inviolable de todo ser humano a la vida. ¡Ningún estado debería legitimar, aunque así lo pidiera la mayoría, la supresión del derecho fundamental a la vida! Proteger la vida intrauterina significa afirmar el valor de lo humano aun en las condiciones más débiles y discutibles. Desde el primer instante de su existencia es un individuo de la especie humana y, por lo tanto, una persona humana. Dicho de otro modo, desde el momento de la fusión de los gametos, el embrión es un individuo humano real, no en potencia sino en acto.

Es científicamente correcto afirmar que desde el momento en que un óvulo es fecundado, se inaugura una vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por su propia cuenta. ¡Nunca llegará a ser humano si no lo es desde el principio! Lo que se va a dar en forma gradual en el embrión es su desarrollo físico. El embrión solo tiene derechos, no obligaciones. Son los demás los que tienen obligaciones hacia el embrión, empezando por el deber de respetar sus derechos. Y el primero de esos derechos es, como para todo ser humano, el derecho a la vida. No solo el derecho a la protección y conservación de su vida, sino también el derecho a su desarrollo integral, y esto en las condiciones y modalidades adecuadas a su dignidad de persona. Desde esta visión resulta éticamente inadmisible, no solo el aborto (cualquiera sea el modo en que sea provocado), sino también el exponer a graves peligros la vida o la “Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación: todo estaba ya escrito en tu libro; todos mis días se estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos”. (NBV).

En la Biblia el ser humano es descrito como alguien formado por las manos de Dios desde el vientre de su madre:
-“Si me negué a hacerles justicia a mis siervos y a mis siervas cuando tuvieron queja contra mí, ¿qué haré cuando Dios me llame a cuentas? ¿qué responderé cuando me haga comparecer? El mismo Dios que me formó en el vientre fue el que los formó también a ellos; nos dio forma en el seno materno”. (Job 31.13-15 NVI)
-“Así dice el Señor, el que te hizo, el que te formó en el seno materno y te brinda su ayuda: “No temas, Jacob, mi siervo, Jesurún, a quien he escogido…”. (Isaías 44.2 NVI)
-“…El Señor me llamó antes de que yo naciera, en el vientre de mi madre pronunció mi nombre.” (Isaías 49.1 NVI)
Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación: todo estaba ya escrito en tu libro; todos mis días se estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos”. (Salmos 139.16 NBV)
El aborto es una práctica criminal contraria a la moral y a la dignidad de la medicina. Matar es todo lo contrario al arte de curar. Matar a una criatura indefensa, a un paciente indefenso, es cobarde, es miserable, es vil.

No es la religión, sino la Biología, la que nos ha dicho que el producto de la unión entre un espermatozoide y un óvulo humano constituye una nueva vida, y que la misma es humana. Y la conciencia debería obligarnos a respetar la vida de todo ser humano, sea cual fuere su condición, estado o grado de desarrollo; esto incluye a los no nacidos pero ya concebidos, desde el momento de la fecundación hasta su muerte natural.

No es justo eliminar una vida humana para resolver un problema, sea este de la índole que sea.

Abortar no es, ni puede ser nunca, un derecho. El derecho natural y superlativo es a la vida, ya que este es el fundamento de todos los otros derechos humanos. Toda legislación debería tutelar, antes que nada, la vida. Y, como dijimos, no puede haber un derecho cuando la finalidad es la muerte.

Una sociedad es más humana, más justa, y más inclusiva, cuando defiende los derechos de todos los humanos en toda su integridad y dignidad. Dios bendiga a cada militante y defensor de la vida.

 

*Dr. Enoé Cortazar, rector del Instituto de Estudios Superiores Atkinson y Seminario Bíblico Mexicano.