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El poder de las flores

En ese ambiente enrarecido brotó una generación de jóvenes universitarios bien informados, jóvenes idealistas comprometidos con el presente y luchando por su futuro

Por Franco Becerra B. y G.

Nuestro mundo conoció a una juventud de pelo largo que experimentó la protesta social al rebelarse frente a una opresiva realidad política que los agobiaba, que les robaba el oxígeno escaso.

Recordemos a mandatarios de aquellos ayeres cuya sola mención provoca escalofríos y fiebre:

El Generalísimo en España, Mr. Nixon en Washington, Díaz Ordaz en la Silla del Águila, “Papa Doc” en el Caribe, y en el cono sur Augusto Pinochet en Chile y Alfredo Stroessner en el Paraguay, todos ellos diestros en el uso del tolete y el fusil.

Para los jóvenes aquel estado de cosas era como andar por el desierto con una chamarra de lana y una bufanda escocesa… en pleno agosto.  

La sangre manchó el campus de la Universidad Estatal de Kent, corrió por las gradas del Estadio Nacional de Santiago de Chile, se mezcló con la lluvia la noche de Tlatelolco y reverberó por las calles del Jueves de Corpus.

Fueron estos solo algunos de los crueles saldos del imperante autoritarismo y la sinrazón que la juventud sufrió.   

En ese ambiente enrarecido brotó una generación de jóvenes universitarios bien informados, jóvenes idealistas comprometidos con el presente y luchando por su futuro.

Cientos de ellos fueron asesinados, otros sufrieron torturas y los más afortunados la reclusión.

Hay quien afirma que cometieron errores, puede que sea verdad, pero tuvieron un afortunado acierto: sabían muy bien lo que deseaban.

Anhelaban una libertad que de manera sistemática se les negaba.  

En esos momentos, la música como el vínculo de esa generación, protegió los sueños de millones de jóvenes en el mundo, como lo haría un escudo de hierro en un torneo medieval.

La juventud encontró refugio en el rock y la canción de protesta: podían elegir entre los Stones en Hyde Park, o John Lennon en Nueva York; escuchar a Serrat desde Cataluña o a George Brassens en París; era la rebeldía del sonorense José de Molina y la furia de Víctor Jara en Chile.

A esa generación de jóvenes de pelo largo y pantalones acampanados los recuerdo con una enorme admiración, pues se atrevieron a soñar con la paz y la libertad, en una época donde hasta los sueños… estaban prohibidos.