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La Abuela María Luisa

Fue un regalo maravilloso atender a la abuelita, y guardamos con mucho cariño las anécdotas de esta etapa de su vida

 

Por Guadalupe Rojo

 

Ella era toda dama, hospitalaria, generosa y piadosa, era viuda y había perdido ya un hijo, pero aun vivían dos, el tío Gilberto y mi Santa Madre Doña Elvira.

La abuela tenía noventa y cuatro años y padecía un poco de demencia senil, que hizo que le cambiara la personalidad de forma radical.

De pronto la vida de la familia giró en torno a ella, hubo que contratar personas para su cuidado, todos estábamos pendientes de ella, y como mi abuela siempre había sido hospitalaria con toda su familia, sus sobrinos le enviaban constantemente regalos desde los Estados Unidos.

Fue un regalo maravilloso atender a la abuelita Luisa, y guardamos con mucho cariño las anécdotas de esta etapa de su vida.

En una ocasión Doña Hilda, la enfermera que la atendía de noche, llamó a Doña Elvirita, mi Santa Madre, a las dos de la mañana para decirle que la Abuela Luisa no se podía dormir, porque en su monedero no había ni un centavo, así que le decía que nunca en la vida le había ocurrido eso de no tener con qué amanecer, y mi santa madre que es muy sabia, le preguntó a Doña Hilda, si tendría algún billete de doscientos pesos, para que se lo metiera en el monedero, y así lo hizo Doña Hilda, mi abuela se puso feliz y dijo: te lo dije, que mi Dios nunca me abandona, gracias a él ya tengo con qué amanecer.

En otra ocasión, mi abuela pedía que le pusieran un vestido negro porque ya estaba muerta, y era tanta su insistencia que llamaron a mi santa Madre para que solucionara la situación, cuando llegó le dijo: ¡mamá no estás muerta! no digas eso por favor, pero mi abuela, insistía en que quería ponerse su vestido negro, porque ya estaba muerta, así que mi madre le dijo ¿con que ya estás muerta? Muy bien, te vamos a subir al carro para llevarte al panteón, y mi abuelita le respondió: ¡Ah, qué bien te acomodaste! Ahora es muy común entre mis hermanos y yo usar esta frase cada vez que alguno se quiere acomodar en algo conveniente para él.

Mi abuelita y mi Santa madre, siempre estuvieron muy unidas, vivieron siempre en la misma ciudad y no había un día sin que mi madre la visitara al menos dos veces al día, y ahora que estaba enferma, pues muchas más.

En cierta ocasión planeó salir de viaje por un día a hacer algunas compras a otra ciudad, apenas iba por el poblado más próximo, cuando le llaman para decirle que la abuela estaba muy inquieta y que no dejaba de decir que por qué eran sus hijos tan ingratos y la habían dejado sola si se estaba muriendo ¡y preguntaba constantemente por ella, mi mamá dio la vuelta inmediatamente para estar con mi abuela y cuando llega con ella le preguntó ¿Mamá, que te pasa, por qué dices que te estás muriendo y que te abandone? A lo que mi abuela le respondió con la voz y la mirada más tierna de su ser, que no, que ella nunca dijo que se estaba muriendo ni que se regresara de su viaje. Que estaba perfectamente bien, mi abuela solo quería estar en compañía de mi madre, y a ella nunca le faltaron recursos para conseguir lo que quería ¡Y la verdad era más interesante estar con ella que hacer cualquier viaje!

A la próxima les contaré más de la abuela, hay mucho que decir de este personaje tan importante en mi vida.

Pero por ahora sólo termino diciendo que uno de los regalos más bellos que me ha dado la vida es la convivencia con un ser tan gentil, tan generoso y tan ejemplar como mi abuela.

Busca incansablemente la verdad.