DestacadaHéctor Rodriguez Espinoza

Offenbach en mi memoria: chispazos de la cuarentena Covid-19

Lic. Enrique E. Michel, Lic. Víctor Carrillo Ocampo, Dr. Carlos Arellano García, Dr. Ignacio Burgoa Orihuela, Dr. Moisés Canale Rodríguez, Lic. Alfonso Castellanos Idiáquez, ¿Tomás Oroz Gaytán? y Lic. Carlos Cabrera Muñoz. En la trompeta de la Banda de música, el autor de esta colaboración.

Por Héctor Rodríguez Espinoza

I.- Este texto en su versión extensa fue originalmente –como titulé la serie– breves ideas de mi pensar y sentir ante la vorágine informativa que nos envuelve como remolino, antes de articular mi colaboración semanal. Cuando lo inicié, me fue difícil finalizarlo. Su lectura les responderá por qué.

Me preguntan alumnos que si cómo estoy pasando esta cuarentena de incertidumbre. ¿A quién le importa?, me pregunto. Pero soy académico de clase media oscilante y privilegiado, con el confort producto de más de medio siglo de trabajo “fecundo y creador”, lo decía el honesto Presidente Adolfo Ruiz Cortines. La verdad me siento un inútil. Qué más quisiera que estar en CHISPAZOS DE LA CUARENTENA COVID-19los sitios peligrosos en tareas de sanitización –como lo hice de voluntario en la AFSC en Guatemala 1964-, pero mi madurez y cirugías me lo prohíben. Les hablo a mis amigos octagenarios y están acantonados “a piedra y lodo”, recibiendo cada semana víveres de sus hijos. Aquí va una respuesta preliminar:  

II.- Termino, a las 6 de la madrugada, mi rutina de caminar en mi pequeño y solariego patio con un jardín tan bien cuidado que hasta las noches buenas florecen. Escucho el concierto de un “chonte” (senzontle, turdus grayi) saludando a la primavera. Acompañado con audífonos para escuchar buena música (bendito youtube), en vez de hacer tediosas las vueltas tras vueltas –como los caballos en el “trapiche” de caña de Ures, cambiando el rumbo cada mañana para combatir el alzheimer-, desde las grandes orquestas sinfónicas hasta las de baile, cuyo nombre extendería esta cápsula.

La caminata no es exenta de tristeza: en el rincón están los patines y la pelota con que los nietos se divertían hasta hace tres semanas. “Increíble –como dice el spot- estar lejos de lo que amas y de los que amas”.   

Finalicé mi hábito escuchando una obertura que me gustaba ejecutar, como trompeta de la Banda de música de la Universidad de Sonora. Ya no digamos al auditorio Zubeldía, pletórico y jubiloso de profesores, alumnos y padres de familia, en las graduaciones.

Me esperaba la otra rutina, la intelectual, la que nos corresponde realizar y la sociedad espera de nosotros: aseo e higiene personal constante; desayuno frugal y comida nutritiva; revisión de la prensa nacional y local; lectura de mis correos y de los distintos chats donde interactúo, unos serios (Barra de abogado y Profesores de Derecho), otros no tanto (memes y carcajadas con tik-tok; revisión y calificación de los primeros trabajos finales de los alumnos de mis magníficos grupos; lectura del libro empezado; preparación de colaboraciones donde las publico en mis redes sociales y portales, como reserva; disfrutándonos en pareja (“es en serio”, jaja, dice mi nieta Paulita); practicar mi trompeta con lecciones del método Arbán y tonadillas de Mozart y populares, en busca de la embocadura perdida (Marcel proust), repitiendo Pin-Pon, el “muñeco que se lava la carita con agua y con jabón”; deprimentes y tóxicos noticieros de TV; algunas buenas películas mexicana en cable o en Netflix hasta noche y una cápsula de melatonina, para combatir el estresante insomnio.  

III. Hago paréntesis para evocar -nunca me enfado- al Mayor Isauro Sánchez Pérez. Conforme pasa el tiempo y escucho nuestro irrepetible repertorio, más se agranda mi admiración y respeto. Entre otras bendiciones, cómo le agradezco a Dios haber sido su discípulo desde mis tempranos 11 años de edad, 1956, hasta mi egreso de la Escuela, 1966. ¿A qué me refiero?

Antes de cada ensayo, sentado en su escritorio escribiendo, con tinta china, las partituras ¡de cada uno, según nuestra capacidad! de la veintena de niños, adolescentes y jóvenes a quienes nos enseñaba y educaba, con una extinta paciencia franciscana. Lo escuchábamos ejecutando el clarinete, con un sonido celestial, el Concierto para clarinete y orquesta de Mozart. Fue su instrumento con el que participó por décadas, incluso en un quinteto de aliento en Bellas Artes, antes de ascenderlo a director de la Banda de Zapadores, la mejor de México y arribar, como una estrella refulgente del firmamento, a la Universidad de Sonora.

¿Nuestra colección?: más de un centenar de obras como Himnos, Oberturas, Suites de Opera, las mejores Marchas militares alemanas, francesas, americanas y mexicanas, Zarzuelas, Pasos Dobles, Valses, sus arreglos de música mexicana. Y jamás ¡jamás! lo vimos dirigirnos, aún en los ensayos, mirando las particellas, como lo hacen todos los directores. Ya reunidos, entonábamos con un Do de la trompeta los instrumentos, por unos cuantos segundos se ponía ambas manos juntas en la frente como rezando, para recordar cada obra y, con dichas manos morenas según los tiempos del compás, nos daba la entrada. ¿Cómo olvidarlo?     

IV. Al escuchar la Obertura a que me refiero, verán por qué su compositor Jacques Offenbach mezcló magistralmente los metales, el Solo de clarinete que ejecutaban Ignacio Galindo Garfias, Celerino y Aída Curiel Jacobo y el finale, se daban vuelo la batería (Redoblante Arturo Barragán, Bombo Alberto Vidales Vidal y Platillos Alfonso Álvarez Córdova). Este festivo final nos transporta a la variedad que hace años tuvimos el privilegio de disfrutar, con el Can Can de remate, en el Moulin Rouge de París.

Su título original, Orphée aux enfers, es ópera cómica en cuatro actos, libreto en francés de Hector Crémieux y Ludovic Halévy, estrenada en el Théâtre des Bouffes de París el 21 de octubre de 1858. Es la primera opereta larga. Las anteriores de Offenbach fueron de un acto a pequeña escala, la ley en Francia no permitía ciertos géneros de obras largas. Orfeo no sólo era más larga, también más arriesgada musicalmente.

Fue la primera vez que Offenbach usó la mitología griega clásica como telón de fondo para una de sus bufonadas. Refiere al mito amoroso del poeta y músico Orfeo y su esposa, Eurídice, el más antiguo de esa Grecia. Es una parodia irreverente y sátira feroz de Gluck y su Orfeo y Eurídice y culmina en el galop infernal subido de tono, que asombró a parte de la audiencia en el estreno. Otros objetivos, como en las burlesques de Offenbach, son las interpretaciones rebuscadas del drama clásico de la Comédie Française y los escándalos de la sociedad y la política del Segundo Imperio Francés.

El galop infernal del acto segundo, escena 2, es famoso fuera de los círculos clásicos como la música del «Can-can» (hasta el punto de que la melodía es conocida general, pero erróneamente, como tal). Saint-Saëns lo tomó prestado, lo ralentizó e hizo el arreglo para cuerdas que representa a la tortuga en El carnaval de los animales.

V. Cuando mis compañeros y alumnos se enteran de mi época de miembro de la Banda de música, les digo que infortunadamente no guardé muchas fotografías. Tengo una del año de 1963, graduación de la generación 1960-1965 de Derecho, si reconocemos al presidium: (No lo identifico); Lic. Enrique E. Michel, honesto director fundador y catedrático; Lic. Víctor Carrillo Ocampo, Juez 1° de Distrito; Dr. Carlos Arellano García, Magistrado del H. S. Tribunal de Justicia y mi referente académico y moral; Dr. Ignacio Burgoa Orihuela, legendario jurista de la UNAM, Padrino de la generación; Dr. Moisés Canale Rodríguez, Rector magnífico; Lic. Alfonso Castellanos Idiáquez, duradero director de la Escuela; ¿Tomás Oroz Gaytán? y Lic. Carlos Cabrera Muñoz, Presidente del Colegio de Abogados, antecedente de nuestra Barra Sonorense. Todos dejaron su huella en la memoria y ya pasaron a mejor vida, en la dimensión desconocida.

Al mirar por enésima vez la expresión de agradable sorpresa de sus rostros, obedece a que ¿¡cómo, en esta universidad provinciana del rancho grande que era Sonora, un militar que había llegado 12 años antes por retiro forzoso a sus 65 años de edad, podía ser capaz de llevar, a un puñado de «sus chicos», a ejecutar obras clásicas tan difíciles!?

¿Disfrútenla! OFFENBACH Jacques – Obertura de “Orfeo en los Infiernos” (1858) https://www.youtube.com/watch?v=OLci23-Fnz4

VI. Breve epistolario feedback:

Juan Diego Alva: Gracias por compartir sus experiencias con tanto detalle Doctor, hace una atractiva literatura. Hacen falta más hombres en nuestra sociedad como los que menciona: leo los nombres y ¿dónde estará ese tipo de leyendas hoy? Esos Burgoa, Arellano García, etc., formadores de formadores? Hago examen de conciencia, todos debemos esforzarnos por ser mejores en lo que nos dediquemos, pero no sé si sea por la mala calidad educativa, o de plano las recientes generaciones sean o seamos menos esforzados, o el sistema reprime las posibilidades para trascender por las envidias, corrupción, compadrazgos y otros vicios. Me quedo pensando ¿?

Héctor Rodríguez Espinoza: Suscribo tu comentario.

Gerardo Dávila Infante: No me ha de creer Maestro pero, no obstante que estudié Derecho (fui su alumno) y que deberían ser más atractivo para mí la doctrina del derecho, las obras clásicas de extranjeros y mexicanos, disfruto más de la lectura de relatos como el que nos brinda. Como que es el alma quien habla, que es el auténtico Héctor Rodríguez Espinoza. …  Conocíamos mucho de las obras de los doctrinarios, pero casi nadie hablaba de su vida y de su congruencia con su trabajo de jurista; muchos no lo hacían porque tal vez su vida era una cara distinta a la que presentaban en sus obras. Una persona congruente entre su acción y sus pensamientos motiva y convence sin objeción. Todo lo que usted nos relata -extraordinarias experiencias-, concatenándolas con su cátedra, su obra y su franqueza, lo convierten en  persona respetable y confiable, despierta en muchos el reconocimiento a la lealtad de objetivos de vida. Un gran abrazo Maestro «Yeto» (generación 1968-73, último plan anual UNISON).

HRE. Comentarios como el tuyo me dan luz espiritual en días tan sombríos, que pronto deberán irse y dejándonos grandes lecciones de vida. ¡Cuídense mucho en Tijuana, mis recordados búhos!

JF Arvayo. Gracias Héctor, tu relato así como los del “Papi” Valenzuela, me han hecho viajar al romanticismo de nuestra época. Un Sonora agrícola, emergente a la economía mundial, lleno de paz, con sueños de prosperidad pero, sobre todo, con igualdad de clases y exento de intereses mezquinos. Fuerte abrazo.

HRE. Como ex miembro de la Banda, sientes lo mismo que nosotros.

Roque Miguel Juraz García. ¡Buen día maestro! Es un gusto seguir disfrutando de sus publicaciones, de la calma y experiencias que transmite.

HRE. Lo aprecio, compañero.

Manuel Velderrain Enríquez. Acabo de leer su lección querido maestro. Me ha, de nuevo, inspirado a hacer aún mejor mi estilo de trabajo y de vida. Gracias por su integridad y buena voluntad de siempre dirigirse a sus alumnos con devoción, por preparar a los muy ricos abogados y no tan ricos con el saber. La decencia ya es cosa de cada uno. Gracias.

HRE. Sigo tus pasos, Manuel.

VII. Finale.

Mi gratitud a todos. Más que un retrato de los que soy –conozco mis virtudes, pecados y defectos–, es la imagen de lo que quisiera ser.