Héctor Rodriguez Espinoza

Brevísimo ensayo sobre un cuento: El rey va desnudo

“Tales obras sólo era posible verlo por aquellas personas que realmente fueran hijos de quienes todos creían que era su padre”:

Por Héctor Rodríguez Espinoza

I.- Esta historia es, en realidad, un cuento que hizo famoso el danés Hans Christian Andersen, allá por el año de nuestro Señor de 1837, “El traje nuevo del emperador”. No se sabe con certeza si es original del danés o éste la recogió de una historia del inefable infante don Juan Manuel, en su libro El Conde Lucanor (capítulo XXXII), allá por el siglo XIV.

Pido licencia para utilizar dos vocablos tan nuestros, en lugar del literariamente correcto “desnudo” y “niño”. Me refiero a la gran nación cahita que en épocas prehispánicas ocupó gran parte del Norte de Sinaloa y el Sur de Sonora en donde habitaban varias familias. En la sonorense, dos en particular subsisten hasta nuestros días: los Yaquis y los Mayos que ocupan las márgenes del río Yaqui y del río Mayo.

En su idioma, el término “bichi” se extendía a “bichicori”, individuo flaco y seco, que puede referirse también a fruta seca, especialmente a cierto tipo de calabaza que los indios dejan orear para comerla.

En este idioma tan musical, el cobanaro es el gobernador, el cacique o cualquier jefe que no tiene superior jerárquico. En cada uno de los ocho pueblos del río Yaqui y de los ocho del Mayo, había un cobanaro que era el jefe, el patriarca. La palabra se deriva de “coba” que quiere decir cabeza. Es como capitán, que se deriva de “cápita” que, en latín, es la cabeza.

Otro vocablo derivado de su lengua que se ha difundido nacionalmente es “buki”. La grafía correcta del término no es ésa, sino “vuqui” que se refiere a un rapazuelo, pero que viene de llamar así a un perro de la calle, flaco y desnutrido.

  1. JDiezarnal –“por aquello de hacer patria”, escribe- entremezcla las dos historias para resumir en una sola; aquella fábula y la moraleja que de ella hay que sacar, aunque haciendo hincapié en la versión española. Hace notar que el cuento es bastante más largo que lo que aquí narra y la moraleja distinta a la que plantea.

Su versión libre dice así:

Hasta la misma persona de un rey narcisista, que a diario lo vestían a todo lujo de su grande guardarropa, se miraba en el espejo para motivarse y que hasta besaba su propia imagen, llegaron dos charlatanes que –conociendo su vanidosa debilidad-, se decían sastres o tejedores. “Somos un par de pecesillos en un mar de tiburones”, se decían a sí mismos. Pero afirmaban que eran capaces de elaborar las mejores telas, los mejores vestidos y las mejores capas que ojos humanos pudieran haber visto; sólo exigían que se les entregase el dinero necesario para comprar las telas, los bordados, los hilos de oro y todo lo necesario para su confección.

Ahora bien, pero dejaban bien entendido que tales obras sólo era posible verlo por aquellas personas que realmente fueran hijos de quienes todos creían que era su padre; y que solamente aquellas personas cuyos padres NO eran tales, NO serían capaces de ver la prenda.

Admirose el rey de tan maravillosa cualidad y otorgó a los charlatanes todo aquello que estos solicitaban. Y encerrados en una habitación bajo llave, simulaban trabajar en confeccionar ricas telas con las que hacer un traje para el rey, y que éste pudiera lucirlo en las fiestas que se acercaban.

Curioso el rey de saber cómo iba su vestimenta, envió a dos de sus criados a comprobar cómo iban los trabajos; pero ¡cual fue la sorpresa de estos cuando, a pesar de ver cómo los picaros hacían como que trabajaban y se afanaban en su quehacer, aquellos no podían ver el traje ni las telas! Obviamente supusieron que no lo podían ver, porque realmente aquellas personas que ellos creían sus padres no lo eran y, avergonzados de ello, ni el uno ni el otro comentaron nada al respecto; y cuando fueron a dar explicaciones al rey, se deshicieron en loas y parabienes para con el trabajo de los pícaros.

Una vez que el vestido estuvo terminado, el rey fue a probárselo; pero, al igual que sus criados, no conseguía ver el traje, por lo que obviamente cayó en el mismo error en que ya habían caído sus criados y, a pesar de no ver vestido alguno, hizo como si se probase el vestido, alabando su delicadeza y belleza.

Los cortesanos que acompañaban al rey, presa de la misma alucinación, también se deshicieron en alabanzas con el vestido, a pesar de que ninguno de ellos era capaz de verlo. Y es que, conocedores todos de la cualidad del mismo, de que sólo aquellos que fueran hijos verdaderos de los que creían sus padres, serían capaces de contemplar el vestido, y no queriendo nadie reconocer tal afrenta, todos callaron y todos afirmaron, desde el rey hasta el último de los criados.

LLegado el día de la fiesta, el rey se vistió con el supuesto vestido y, montado en su caballo, salió en procesión por las calles de la villa, la gente también conocedora de la rara cualidad que tenía el vestido callaba y veía pasar a su rey, hasta que un pobre “buqui” de corta edad, inocente donde los haya, dijo en voz alta y clara «EL REY VA BICHI».

Tal grito pareció remover las conciencias de todos aquellos que presenciaban el desfile. Primero con murmullos y luego a voz en grito, todos empezaron a chismorrear «el rey va bichi», … «el rey va bichi»; el emperador prosiguió la marcha, convencido que todo aquel que le miraba asombrado, era por pura envidia, ignorancia y estupidez. Pero en realidad ¡era todo lo contrario! Los cortesanos del rey y el mismo rey se dieron pronto cuenta del engaño y es que, realmente, ¡el rey iba “bichi”!

Cuando fueron a buscar a los pícaros al castillo, estos habían desaparecido con todo el dinero, joyas, oro, plata y sedas que les había sido entregado para confeccionar el vestido del rey. El engaño había surtido efecto y el rey iba “bichi”.”

De este cuento podemos deducir varias moralejas: una de ellas es la inocencia de los “buquis” que, como se suele decir, siempre dicen la verdad; la vanidad –el pecado favorito del diablo- de los gobernantes; que la picardía anónima mata complejos y soberbia; nunca debemos llevarnos por criterios ajenos, sino decir la verdad siempre y pensar por nuestra propia cabeza, y la de que no por el hecho de que una mentira sea aceptada por muchos, tenga que ser cierta.

III.- Existe un Documental: “El traje nuevo del emperador”. El conocido cómico y activista británico Russell Brand une sus fuerzas con el aclamado director de cine Michael Winterbottom en este Documental, polémico, en torno a la crisis económica actual y a la creciente desigualdad mundial.

Explora las diferencias sociales de un mundo occidental en el que, según Intermon OXFAM, las ochenta personas más ricas del mundo poseen una riqueza equivalente a la de 3,5 millones de personas pobres. Russell Brand recorre las calles, habla con las grandes empresas y presiona a los grandes bancos en busca de respuestas.

IV.- ¿Conocemos algún gobernante, de los tres órdenes a quienes, los contribuyentes, les confiamos, les entregamos el dinero necesario para comprar las telas, los bordados, los hilos de oro y todo lo necesario para la confección de sus vestimentas físicas y patrimonio familiar por generaciones?