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Christian Brisset Armenta, la vocación de investigar

En los cuatro años de servir orgullosamente en la PEI, no se ha arrepentido ni un día de la decisión que tomó cuando era una chiquilla estudiante de preparatoria; ha aprendido a guiarse por el instinto en esta profesión ingrata pero muy satisfactoria, sobre todo, cuando concluyen exitosamente un caso

Por Imanol Caneyada

En ningún momento su condición de mujer supuso un impedimento para cumplir con su vocación. Una vocación que descubrió cuando estudiaba preparatoria.

Christian Brisset Armenta Portillo, de adolescente, soñaba con investigar crímenes. Tuvieron que pasar algunos años para que llegara el momento de ponerse la placa y el arma reglamentaria y formar parte de la Policía Estatal Investigadora de Sonora (PEI).

Mi madre, nos cuenta esta joven policía que en la actualidad está comisionada al Departamento de Corrupción de Menores de la PEI, cuando terminé la prepa me disuadió de incorporarme a la policía. Quiso que primero estudiara una carrera.

Christian Brisset le hizo caso. Ingresó al Instituto Tecnológico de Sonora, en Obregón, de donde es originaria, para estudiar la licenciatura en Educación. Lo hizo con una media beca deportiva: jugaba futbol rápido.

Durante el tiempo que duró la carrera, mantuvo intacto el deseo de convertirse en una investigadora. No sabe muy bien de dónde surgió ese empeño, en su entorno familiar no existen antecedentes ni conoce a nadie que le haya explicado en qué consistía realmente la profesión, pero Christian Brisset no dejaba de pensar en ello.

Una vez que se tituló, en mayo de 2012, todo pasó muy rápido.

Se encontraba en el negocio familiar, una tortillería, cuando pasaron a dejar unos folletos que invitaban a incorporarse a la nueva Policía Ministerial Acreditada. Su madre, consciente de que su hija había pospuesto sus anhelos, fue la primera que la alentó a cumplir con su sueño. Sólo le preguntó: ¿Hija, estás segura de que quieres esto? La respuesta fue siempre la misma: Sí

En julio de 2012 ya había entregado toda la documentación requerida para ingresar al ISSPE. En octubre de ese mismo año realizaba el Examen de Control y Confianza (C3).

Durante todo ese tiempo, las intenciones de Christian Brisset sólo las conoció su madre. Temían que los familiares y amigos pudieran poner reparos al saber que quería dedicarse a una profesión tradicionalmente reservada a los hombres y de tanto riesgo.

Después de presentarse al C3, le dijeron en la PEI que le hablarían pronto. No fue así. Pasó noviembre, diciembre y Christian Brisset no recibía noticias.

Dice haber sentido una profunda decepción y tristeza. En ese momento llegó a pensar que ya no le hablarían.

Llegó el 2013. Una compañera de la carrera de educación la invitó a acompañarla a aplicar en diferentes instituciones con el objeto de encontrar un empleo como maestra. Ante el silencio de la PEI, resignada, dispuesta a enterrar su sueño, aceptó.

Cuenta que esa misma mañana en que iniciaría su búsqueda de trabajo, sonó su celular. Al contestar recibió la noticia que había aguardado con tanta ansia: la esperaban en el ISSPE para iniciar con su capacitación. El problema era que en ese momento aún no se abría grupo para la policía investigadora, tendría que incorporarse a la Estatal de Seguridad. Esto no la detuvo y aceptó, con la fortuna de que al poco tiempo le comunicaron que siempre sí se había formado un grupo de 24 aspirantes a la PEI.

En entre ellos, diez mujeres.

Christian Brisset Armenta está comisionada al Departamento de Corrupción de Menores de la PEI.
Christian Brisset Armenta está comisionada al Departamento de Corrupción de Menores de la PEI.

Siete meses pasó en régimen de internado en la academia de policía. De lunes a viernes se levantaba a las cuatro y media de la mañana, quince minutos después debía estar formada para el pase de lista con ropa deportiva. Después, acondicionamiento físico, defensa personal y a las duchas, para desayunar a las siete de la mañana. Una hora más tarde iniciaban las clases teóricas.

Le preguntamos si durante ese periodo tuvo algún momento de duda, si pensó que se había equivocado de profesión: No, contesta muy segura. Estaba encantada. Ni siquiera durante los dos últimos meses, cuando instructores de la policía colombiana les impartieron una capacitación especial en calidad de aspirantes a la policía ministerial acreditada. Un entrenamiento casi militar en el que, recuerda, la llegaron a encerrar en un cuarto lleno de gas pimienta como parte de su preparación.

Desde el primer día que se presentó en las instalaciones de la PEI, una vez terminada la academia, nos asegura la agente investigadora que encontró el apoyo de los demás compañeros, quienes tuvieron la paciencia de enseñarle todos los entresijos de un oficio que difiere mucho entre la teoría y la práctica.

Tampoco en estos cuatro años como agente operativo ha sentido ningún tipo de discriminación por ser mujer. La clave, nos ilustra, es cómo tratas y cómo permites que te traten. Si siempre hay respeto de por medio, no tiene por qué haber problemas.

Durante los primeros meses pasó por todos los departamentos existentes de la corporación para que se familiarizara con ellos. Así tuvo la oportunidad de saber cómo funcionaba la institución a la que se había incorporado, conocer sus entrañas.

Recuerda de manera especial los meses en que estuvo comisionada en su ciudad natal, Obregón, en Homicidios. Era el año 2015 y la cosa estaba caliente en el sur del estado. Por primera vez hizo presencia en la escena de un crimen y tuvo que presenciar de muy cerca un cadáver. La impresión permanece en su recuerdo. Los olores producto de la descomposición de aquellos cuerpos que llevan tiempo muertos, enterrados o en la cajuela de un auto no se olvidan fácilmente. En especial, el de un hombre que se había ahorcado a las afueras de la ciudad. Cuando llegaron, los animales salvajes habían destrozado sus miembros y la piel parecía cartón, rememora.

Después de ese paréntesis, fue de nuevo enviada a Hermosillo y comisionada al Departamento de Corrupción de Menores, donde trabaja actualmente.

Combaten toda clase de crímenes cometidos contra menores de edad, en especial el narcomenudeo.

Carece de vida social, pues labora de ocho de la mañana a ocho de la noche, con tres días de descanso por cada treinta días de servicio. Así las cosas, las actividades de una muchacha de su edad le son prácticamente ajenas. Cuando le llegan sus días francos, lo que quiere es dormir, descansar, pues muchas veces, las tareas propias de la investigación la obligan a estar a las cuatro de la mañana, por ejemplo, frente a un domicilio para vigilar alguna actividad sospechosa que posteriormente los lleve a una detención.

Christian Brisset tiene claro que hay agentes buenos y agentes malos, como en todas partes, pero la ciudadanía tiene una imagen muy negativa de la policía, por lo que suele resistirse a cooperar.

Esto les representa un gran problema, nos confiesa, pues con el nuevo sistema acusatorio penal es indispensable la cooperación de la ciudadanía para armar una investigación. Necesitan del testimonio firmado de quien identifica al probable delincuente, por ejemplo, testimonio que está protegido por la nueva ley, aún así, la falta de cultura jurídica de la gente y la desconfianza provocan que se nieguen a colaborar.

Poco a poco, nos dice la agente, mediante una labor de convencimiento puntual y personal, platicando con las personas y explicándoles cómo trabajan y quiénes son, están logrando cambiar la percepción de la gente y con su ayuda han detenido exitosamente a delincuentes corruptores de menores.

Es una labor de mucha paciencia. Desde que reciben un llamado anónimo hasta que se concreta la detención, pasan días de vigilancia del domicilio en cuestión, trabajo de inteligencia, entrevistas a los vecinos para que confirmen la denuncia; a veces, estos vecinos son familiares y niegan cualquier posible delito y avisan a los investigados, así que con el tiempo, Christian Brisset ha aprendido a guiarse por el instinto en esta profesión ingrata pero muy satisfactoria, sobre todo, cuando concluyen exitosamente una investigación.

Cada día, ella y sus compañeros ponen en riesgo su integridad. Cuando acuden a un cateo o a un llamado, no saben con qué se van a encontrar. Desde el simple insulto hasta un disparo, la histórica mala fama de la policía judicial los hace más vulnerables, pues la gente no ve en ellos a seres humanos, sino a una amenaza o bien, a alguien que tiene que solucionarles el problema de inmediato.

A pesar de esto, en los cuatro años de servir orgullosamente en la PEI, no se ha arrepentido ni un día de la decisión que tomó cuando era una chiquilla estudiante de preparatoria. Las privaciones, los riesgos, los desvelos no han sido suficientes para acabar con una vocación que la ha llenado de satisfacciones, que se mantiene intacta: la de investigar y servir a la comunidad.